Sólido argumento que arranca con una fuerza irrefrenable inundando la pantalla con planteamientos inesperados y situaciones insospechadas que gritan con fuerza su urgencia de ser comprendidas.
Y otro tanto sucede, también desde los primeros fotogramas, con la sorpresa que causa su tratamiento cinematográfico exquisito, su capacidad de fabulación sin límites, la interpretación magistral por parte de los protagonistas -que roza la perfección- y una ambientación personal, contextual y musical sin rutina ni lugares comunes.
Y hay que destacar sin dilación el soberbio registro dramático de A. Landa.
La película exhibe sin disimulo hábitos sociales descarnados en un entorno de depauperación moral y pobreza económica sin aventurar juicio ético sobre usos y costumbres que hoy pueden juzgarse ajenos.
Y, por encima de todo, sabe elevar la cota de la excelencia cinematográfica.