Hubo un tiempo en que casi nadie sabía que era posible mantener en un mismo nivel de lenguaje cinematográfico los resortes de la ingenuidad y de la sensatez, del desparpajo y de la seriedad, de la inocencia, de lo cáustico, de lo espontáneo y de lo muy elaborado.
Y también, evidentemente, de lo humorístico y de lo terrible.

Este tipo de cortometrajes que encontramos en los albores del cine y que apuntan con tanto acierto en direcciones tan diversas sólo pueden despertar en el público del siglo XXI admiración y máximo respeto.

Ellos fueron los primeros en hacernos comprender que la cuestión de los límites era sólo un asunto de imaginación.