Nos encontramos frente a un D. Fairbanks desacostumbrado, demasiado risueño a lo largo de todo el metraje, viviendo las postrimerías de su carrera y algo histriónico aunque trata de mantener cierta apostura, detalles de convicción y un apunte de seductor.
Como si su presencia en el reparto representara aval suficiente, la película gira constantemente en torno a la figura del actor pero en ningún momento alcanza un interés capaz de adueñarse de la atención del espectador.
La voluntad cómica y desenfadada intenta vestirse de glamour aunque tampoco así lo consigue.
Da la impresión de cierta precipitación y elaboración escasa.

Pero tratándose de una filmación que data de 1930 merece el máximo respeto.