Después de la espantosa La cuarta fase, que despertó críticas dispares y a mí me pareció una soberbia gilipollez, el director de nombre impronunciable da un paso adelante siguiendo con las facilidades, de presupuesto amplio y estreno asegurado, que da el falso docu en plan metraje encontrado cuando se pone un poquito de medios e ingenio.
Aquí la historia es la de alguien, que mata con un soplete-guau- a varios viajeros tras un accidente de un minibus en mitad del desierto camino de Las Vegas, toma tela marinera, en un taller que parece bombardeado y la investigación de los polis a partir de las cámaras encontradas, la de una pavisosa que intenta hacer un documental sobre una actriz novata y sus compañeros de viaje, la de una rusa aspirante a estrella de circo y dos teléfonos móviles... Pero ni aburre, ni tiene ese aire pedante de director revelador de verdades endiosado y además la Mitchell como agente seria de la Ley está bastante bien, aunque los verdaderos protas son los viajeros lerdos y el giro final, aunque demasiado absurdo, tiene su aquel.
Interesante, entretenida y olvidable a partes iguales.
Lo cual, visto lo visto, no está mal del todo.
Los primeros minutos, derroche de foto fija francamente inmejorables, le valen como mínimo el seis que le casco.
Lo mejor: Técnicamente es muy decente, si bien el rollo "el fuego ha dañado parte de la cinta" cansa a la cuarta. La trama tiene su intriguilla y todo. Y el final no te lo esperas ni aunque seas una Esperanza Gracia rollo Tele5 a las dos de la madrugada.
Lo peor: El minipapel de Stephen Moyer deprimido, o cómo cargarse un elenco con una malísima decisión de reparto. Porque es buen actor, pero no se quita el deje de vampiro True Blood ni a la de tres... Soso, sobreactuado e inentendible, en unos trece minutos que aparece y resuelve él solito todo el pastel con unas dotes de tipo listo que pseee.