Debut más bien flojo en el cine en el que sólo cabe destacar la presencia de una de las mejores actrices que ha dado nuestro cine y que desgraciadamente está en su casa haciendo punto de cruz y no interpretando siete pelis por año, que es lo que un país inteligente y su cinematografía hacen con los tesoros nacionales. Y Mónica Randall es uno de esos tesoros desaprovechados que yo daría lo que fuera por tener de protagonista en mi peli. Aquí, de loca mala, lo borda, como borda todo lo que se le deja en sus manos, recuerden esa pérfida belleza de Las Amigas. Porque además, y sin que Natalia Verbeke me oiga, es guapa a rabiar, elegante, una delicia, vamos.
La peli, pues eso, flojilla, la historia de un huérfano en casa de la tita abuela Bayona, que además de desagradable es medio adoradoradora del demonio a través de las lecturas de un inofensivo y ridículo librejo.
Lo mejor: Randall y Marsó, dos de mis actrices favoritas.