Esta animación alemana se sumerge bajo tierra para seguir a los Elfkins, unos seres que llevan más de 200 años escondidos por miedo a los hombres. Lo característico de esta especie es que cada uno domina a la perfección un oficio. Pero si antes utilizaban ese don para ayudar a los seres humanos, ahora es simplemente para maravillar a sus compañeros.

No obstante, gracias al empeño de una Elfkin un tanto alocada, pronto se retoma la relación con las personas, en concreto con un pastelero. Y es este universo de la repostería lo que domina todo el film, tanto a nivel visual como narrativo.

Por un lado, el diseño de personajes parece una extensión del de los pasteles: coloridos, con contornos suaves y bordes redondeados. El dibujo es atractivo, sin estridencias, y aporta dulzura a los protagonistas.

En relación a la trama, también se nota ese punto acaramelado de un postre. Su planteamiento es tierno y predecible y la moraleja simpática. A través de problemas simples, estos seres fantásticos realzan la importancia del trabajo y el esfuerzo, a la vez que promueven el uso de la imaginación y la reconciliación –familiar y entre pueblos–.

Aunque no es una producción con la maestría técnica de otros títulos, Los Elfkins es una película agradable para presentar algunos valores a los más pequeños. Además, el uso del contraste de tonos (entre la situación bajo tierra y en la pastelería) y la inclusión de canciones pegadizas ayuda a que el mensaje resulte más claro.

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