Pedro Collantes escribe y dirige su primer largometraje, acompañado en el guion por Daniel Remón (Intemperie).

La pluma y la cámara se rinden a la idea del paseo y la deambulación meditabunda. Con el leitmotiv ya habitual en nuestro cine contemporáneo del joven que regresa de una migración profesional, El arte de volver se presenta como ligera y grave o ligeramente grave.

Es decir, la protagonista aparece buscando el apego en quienes dejó y a quienes no parece haber cuidado suficiente en la distancia. Y en ese apego, ahora no siempre correspondido y en varios casos dolido, quiere encontrar una respuesta a sus dudas; deja que opinen sobre sus decisiones y ella opina sobre sus opiniones, sin generar un discurso propio, revelando así su realidad líquida.

Al hilo de esto, resulta antológico y una gran metáfora del carácter de Noemí la secuencia del taxi, donde la vida como representación se expresa con tanta lucidez como tristeza.

Este alarde tan posmoderno deja espacio para momentos de verdad, en medio de otros un tanto forzados. Hay que hablar (hacer hablar a los personajes) para iluminar el rostro de una actriz (uno de los temas de la película).

Y, en este sentido, destaca la cámara serena de Collantes que saca lustre al rostro de Macarena García y de sus compañeros de reparto, dejando que la lucha entre el tono nostálgico y el egoísmo amargo construyan un castillo de naipes de peligroso equilibrio.

Esta ópera prima funciona como espejo parcial de una generación y como ensayo de las incertidumbres de una profesión que hace, de por sí, muy vulnerable a sus intérpretes.

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