Los primeros quince minutos, en los que no termina de arrancar el film, anticipan lo que será una hora y media eterna.

Sin querer machacar la película, ya que por otro lado tampoco es nada ofensiva, sí hemos de remarcar el sin sentido de muchas de sus decisiones. La primera es el protagonista, que será la única razón para atraer al público a ver esta cinta. Pablo Chiapella parece que esté en baja forma, así como su acompañante de reparto Laura Romero. Lo que tampoco tiene gracia son las decenas de refranes que se disparan sin ton ni son, ni el valenciano que se entremezcla forzadamente en cada conversación.

Seguramente la Comunidad Valenciana habrá subvencionado parte de este largometraje, aunque de ser así les hemos de agradecer que podamos descansar de tanto despropósito y ver tomas recurso de la ciudad.

De este modo, entre escándalos urbanísticos, marihuana, chinos, alguna connotación racista y bromas catalanas, Juan Palomero aportará el tono de Aquí no hay quien viva.

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