La película en su formato general es aceptable, con un elenco de actores pasable y una ambientación y fotografía magníficas. Pero en esta cinta eso importa poco, cuanto más en estas tramas abunda el sentimentalismo y la lagrimilla forzada, casi cargante. Lo que importa es la historia, el contenido, la denuncia, y tal vez la compasión del espectador ante su impotencia. No quería verla y finalmente me he decidido, y no es cobardía, no, sino una premonitoria sensación de asco, como así ha sido.
El hecho de trasladar el cerebro hacia otras culturas, puede resultar una maravillosa experiencia siempre y cuando las neuronas no salgan de la ruta turística establecida y de su estado configurado en la seguridad hacia el punto de inicio. Es llegar, mirar, comer, dormir... y vuelta a casa con las fotos libres de escenas donde una niña de 10 años es vendida, casada a la fuerza y tratada como ganado. Ese no es el plan, afortunadamente, porque tratándose de otras culturas, donde el retraso civilizado descarna, el mejor remedio es no interferir y dejar que los acontecimientos, o las pequeñas revoluciones internas surjan por la propia iniciativa de los afectados. Digamos que occidente ya ha sufrido sus propias revoluciones, guerras, lucha social, y hambrunas suficientes entre otras calamidades a lo largo de la historia para tener zanjados algunos errores como el analfabetismo, la ignorancia, o evitar tener hijos como conejos. Como espectador, siento asco y sólo puedo repudiar el acto abominable de la noche de bodas de una niña de diez años, obligada a ser penetrada por un cabestro ignorante, y desear que algún día esas futuras mujeres y madres, sigan luchando por un mañana más justo.

En estos temas tan hirientes, tan irrespetuosos con la vida, la dignidad y la libertad del ser humano, me preocupa esa violencia de las imágenes mostrando a los yemeníes armados con total naturalidad. Me preocupan esas costumbres tribales arcaicas, o en este caso, que la ley de Alá se denigre para saldar deudas y para fornicar con niñas indefensas. Me preocupa, sí, y bastante, la tergiversación de la ley de Alá y sus consecuencias en mentes fanáticas, porque la corrupción de la religión, de cualquier religión, ya sabemos a lo que nos conduce.