El realizador de "La tregua" (1974) no es precisamente un renovador del relato cinematográfico, pero en su última película, inspirada libremente en el cuento "El taximetrista", del escritor Juan José Saer, resuelve la narración de un modo clásico y sobrio, para contar la historia de Angel, un muchacho introvertido e ingenuo, que ha perdido su trabajo como camionero. La necesidad lo lleva a buscar empleo como chofer en una remisería regenteada por Coria, un ambivalente mafioso local, en el que el actor Luis Luque parece encontrar un rol a su medida. Rodeado de guardaespaldas incondicionales y temibles, dueño de negocios legales e ilegales con prostitutas en un cabaret de su propiedad.
Debajo de su autoritarismo indiscutible, sus camisas de seda y sus ostentosas cadenas de oro, el poderoso Coria tiene una veta solitaria y sentimental, donde aspira a enamorarse y formar una familia para darle un nieto a su madre enferma, interpretada por China Zorrilla. Angel se gana la confianza de su jefe en muy corto tiempo. El muchacho acepta un doble juego en el que su patrón opera como un padre alternativo y él hace las veces de hijo (y hermano) sustituto. Pero de repente todo se vuelve peligroso con la llegada de Dora (Mónica Ayos), la flamante nueva adquisición de Coria para el cabaret.
El relato, por momentos parco y feroz, oscila entre el fresco costumbrista menos intenso pero con chispazos de humor; pendula entre el sesgo de un violento triángulo de amores imposibles y el costado humorístico que deriva particularmente del carismático personaje de Coria.

La historia permite entrever una complejidad mayor, aunque para eso es recomendable leer el cuento de Juan José Saer. En las actuaciones destaca la composición de Luque, a la manera de los mafiosos propios de una película scorseseana, pero al mismo tiempo muy argentino. Mónica Ayos salva su parte, haciéndose cargo de un rol nada fácil, al igual que Cabré, encerrado en la gravedad de un personaje introvertido, que hace siempre más de lo que habla.