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Terror. Fantástico
Un campesino tiene la desgracia de ser séptimo hijo. En virtud de esta generosidad genealógica, recae sobre él una maldición, que lo convierte en lobizón (hombre lobo de las Pampas) durante la luna llena. Sin embargo ha estado toda su vida viviendo alegremente sin tener problemas, hasta que se enamora de una joven rubia del pueblo. A partir de ese momento, se le aparece el Diablo, quien le advierte que el amor provoca un efecto negativo ... [+]
10 de agosto de 2010
35 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el comienzo de los setenta, Leonardo Favio había devenido de joven revelación del cine nacional, en el más popular cantautor latinoamericano del momento, intérprete visceral de canciones pasionales de menor calidad que la obra realizada en la década anterior. Atrás había quedado su magnífica trilogía de películas en blanco y negro, que siguen siendo un referente ineludible para todo interesado en el cine argentino ("Crónica de un niño solo", "El romance de Aniceto y la Francisca", "El dependiente").
Los politizados años setenta lo encuentran regresando al cine, con una mirada muy militante y crítica que transmite en su "Juan Moreyra" (1973). Pero ya en 1975, el peronismo, la tendencia política con la que se identificaba, había caído en un cono de sombra, divisiones y enfrentamientos. En este contexto, debe comprenderse "Nazareno Cruz, el Lobo", una fábula atemporal sobre el mal, el bien y el amor como redención, que parecía casi una extravagancia en un momento en que los jóvenes discutían acerca de un cine ideologizado y militante. Con ese transfondo, Fabio realiza una metáfora que roza la idealizada ética de un cristianismo elemental y muy interesante con una visión del mal, encarnada en un diablo que está algo
cansado de su rol y aspira a una segunda oportunidad para repartirse "como un pan entre los hombres".
Desde una mirada actual esta temática tiene una aura de ingenuidad naive, con sus paisajes idílicos, personajes de cuentos de hadas, brujas autóctonas y un diablo muy particular que habita el infierno más interesante que se haya mostrado en el cine nacional.
La dirección de Favio es absolutamente innovadora para ese momento, aquí, en
Argentina, decadas antes que cineastas tan ecléticos como Tarantino o Wong Kar Waig nos acostumbraran a un uso desprejuiciado de la música, del romanticismo desbordado, de la desnaturalización morosa de los rallenti (la escena del raccord de miradas alrededor del fuego, cuando Griselda y Nazareno se conocen y enamoran). La fotografía (realizada por Juan José Stagnaro) es, cuanto menos, excelsa para construir la relevante estética del film que aprovecha como nunca nadie antes la orografía del noroeste con sus cuevas y lagunas subterráneas, sus ásperos arbustos, puestas de sol y noches de luna para una historia de estas características.
Los politizados años setenta lo encuentran regresando al cine, con una mirada muy militante y crítica que transmite en su "Juan Moreyra" (1973). Pero ya en 1975, el peronismo, la tendencia política con la que se identificaba, había caído en un cono de sombra, divisiones y enfrentamientos. En este contexto, debe comprenderse "Nazareno Cruz, el Lobo", una fábula atemporal sobre el mal, el bien y el amor como redención, que parecía casi una extravagancia en un momento en que los jóvenes discutían acerca de un cine ideologizado y militante. Con ese transfondo, Fabio realiza una metáfora que roza la idealizada ética de un cristianismo elemental y muy interesante con una visión del mal, encarnada en un diablo que está algo
cansado de su rol y aspira a una segunda oportunidad para repartirse "como un pan entre los hombres".
Desde una mirada actual esta temática tiene una aura de ingenuidad naive, con sus paisajes idílicos, personajes de cuentos de hadas, brujas autóctonas y un diablo muy particular que habita el infierno más interesante que se haya mostrado en el cine nacional.
La dirección de Favio es absolutamente innovadora para ese momento, aquí, en
Argentina, decadas antes que cineastas tan ecléticos como Tarantino o Wong Kar Waig nos acostumbraran a un uso desprejuiciado de la música, del romanticismo desbordado, de la desnaturalización morosa de los rallenti (la escena del raccord de miradas alrededor del fuego, cuando Griselda y Nazareno se conocen y enamoran). La fotografía (realizada por Juan José Stagnaro) es, cuanto menos, excelsa para construir la relevante estética del film que aprovecha como nunca nadie antes la orografía del noroeste con sus cuevas y lagunas subterráneas, sus ásperos arbustos, puestas de sol y noches de luna para una historia de estas características.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El paso de los años ha reparado la indiferencia de los círculos intelectuales del momento y lo ha posicionado como un film pionero por su notable puesta en escena que crea inolvidables escenarios oníricos en medios naturales, con extrema habilidad artesanal, inteligencia e imaginación.
El desmesurado romanticismo del melodrama (se basa en un radioteatro de tradición oral) se combina con un surrealismo autóctono con sus mitos y paisajes propios e incluso un lenguaje que no vacila en mezclar el latín con quechua.
"Nazareno..." es el equivalente cinematográfico del realismo mágico descubierto por el resto del mundo en los escritores latinoamericanos que protagonizaron el boom literario al finalizar los años sesenta.
El desmesurado romanticismo del melodrama (se basa en un radioteatro de tradición oral) se combina con un surrealismo autóctono con sus mitos y paisajes propios e incluso un lenguaje que no vacila en mezclar el latín con quechua.
"Nazareno..." es el equivalente cinematográfico del realismo mágico descubierto por el resto del mundo en los escritores latinoamericanos que protagonizaron el boom literario al finalizar los años sesenta.