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Voto de Fej Delvahe:
8
5,1
263
Drama
A finales del 1800, en Hawai, un comité de higiene decidió que los leprosos debían pasar el resto de su vida en la isla de Molokai, un territorio completamente aislado, en el que imperaba la ley del más fuerte y la muerte. Allí llegó como voluntario el Padre Damián, un sacerdote belga de la congregación de los Sagrados Corazones. El misionero dedicó toda su vida a velar por los leprosos de la pequeña isla hawaiana. (FILMAFFINITY)
4 de octubre de 2010
18 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película en blanco y negro del género religioso, cristiano-católico, centrada en la vida del sacerdote belga Damián de Veuster (1840-1889), perteneciente a la Orden de los Sagrados Corazones (SS.CC.), también llamado Padre Damián de Molokai, isla del archipiélago de las Hawaii donde se recluyó voluntariamente para vivir la suerte de los leprosos allí aislados en el siglo XIX. Desde el año 2009, Damián de Molokai es un santo de la Iglesia Católica y cuatro años antes fue elegido por la televisión flamenca como el belga más grande de todos los tiempos; además es el santo patrono de los leprosos y otros enfermos como los de Sida.
La película es una joya del cine religioso español de los años cincuenta del siglo XX, dirigida por el valenciano Luis Lucia Mingarro (uno de los mejores guionistas-directores en la Historia del cine español) de forma que abrace los corazones de los espectadores y les emocione con la excepcional vida de un hombre ejemplar que tuvo a gala ser cristiano y católico.
Quitando los fallos consecuencia de la falta de medios económicos —por ejemplo: todas las palmeras que aparecen en las distintas escenas del filme, se ve claramente que son palmeras datileras (Phoenix dactylifera), las cuales pueden hallarse en buen número en algunos puntos de España como Elche, pero no son palmeras cocoteras, (Cocos nucifera), las propias de las Islas del Pacífico o de climas tropicales y que obviamente habría costado muchísimo trasladarse a esos escenarios a rodar junto a ellas ya que son imposibles de hallar en España donde se filmó esta obra—. No obstante, la película es singular, porque fue la primera que promocionó a escala internacional, al menos dentro del mundo de habla hispana, y encima con seriedad fílmica, la relevancia, la valentía, el heroísmo de este religioso católico belga que empleó su vida solidarizándose y ayudando a los más necesitados y excluidos sociales. De hecho, al inicio del filme sale la siguiente nota: "Deseamos ofrecer esta película en homenaje a la nación belga, patria de Damián de Veuster."
A destacar la excelente escena donde el protagonista o Padre Damián, interpretado por el actor Vicente Escrivá, está predicando encima de un púlpito cuando la cámara hace un primer plano sobre su mano y dedo índice que nos acusa o señala a los espectadores presentes ante la pantalla, para pasar en seguida a desenfocarlo y concentrarse en el rostro del predicador, quién dice: «El mundo es un gran Molokai, pero un Molokai sin sacrificios, sin resignación. Llagas de lepras recomen los espíritus sin alivio posible, porque quienes las padecen no quieren curarlas sino esconderlas. Lepra más contagiosa que ninguna porque no se huye de ella, se la envidia.»
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La película es una joya del cine religioso español de los años cincuenta del siglo XX, dirigida por el valenciano Luis Lucia Mingarro (uno de los mejores guionistas-directores en la Historia del cine español) de forma que abrace los corazones de los espectadores y les emocione con la excepcional vida de un hombre ejemplar que tuvo a gala ser cristiano y católico.
Quitando los fallos consecuencia de la falta de medios económicos —por ejemplo: todas las palmeras que aparecen en las distintas escenas del filme, se ve claramente que son palmeras datileras (Phoenix dactylifera), las cuales pueden hallarse en buen número en algunos puntos de España como Elche, pero no son palmeras cocoteras, (Cocos nucifera), las propias de las Islas del Pacífico o de climas tropicales y que obviamente habría costado muchísimo trasladarse a esos escenarios a rodar junto a ellas ya que son imposibles de hallar en España donde se filmó esta obra—. No obstante, la película es singular, porque fue la primera que promocionó a escala internacional, al menos dentro del mundo de habla hispana, y encima con seriedad fílmica, la relevancia, la valentía, el heroísmo de este religioso católico belga que empleó su vida solidarizándose y ayudando a los más necesitados y excluidos sociales. De hecho, al inicio del filme sale la siguiente nota: "Deseamos ofrecer esta película en homenaje a la nación belga, patria de Damián de Veuster."
A destacar la excelente escena donde el protagonista o Padre Damián, interpretado por el actor Vicente Escrivá, está predicando encima de un púlpito cuando la cámara hace un primer plano sobre su mano y dedo índice que nos acusa o señala a los espectadores presentes ante la pantalla, para pasar en seguida a desenfocarlo y concentrarse en el rostro del predicador, quién dice: «El mundo es un gran Molokai, pero un Molokai sin sacrificios, sin resignación. Llagas de lepras recomen los espíritus sin alivio posible, porque quienes las padecen no quieren curarlas sino esconderlas. Lepra más contagiosa que ninguna porque no se huye de ella, se la envidia.»
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
También es digno de mención, lo auténticamente que Luis Lucia expone el proceder clericalista de los sacerdotes, su comportamiento estándar. Por ejemplo, cuando llega un hombre corriendo al colmado de la isla que regenta el líder de los leproso, contrario a la presencia del misionero, y dice:
—¡Eh, el cura se ha disfrazado! ¡Vamos a verlo!
A lo cual responde una mujer que hay allí entre los clientes:
—Estará diciendo misa. Siempre hacen lo mismo. Es muy aburrido.
Y así mismo, en otra escena donde un niño de cuatro o cinco años llamado Jesús, que fue el primer bautizado de Damián de Molokai en el lugar, interrumpe llamándole “papá Damián”, es corregido cariñosamente por el sacerdote de esta manera:
—"Papá Damián" no, "¡padre Damián!". No te equivoques. ¿Entendido?
Es decir, la idiosincrasia real del sacerdote católico queda puesta de manifiesto (nada de llamarles “papá”, sino “padre”), cuando precisamente las escrituras por excelencia de todos los cristianos, “Los Evangelios”, con palabras que ponen en boca de Jesús de Nazaret, recomiendan todo lo opuesto: «No llamen ustedes padre a nadie en la tierra, porque tienen solamente un padre, el que está en el cielo.» (Mateo, 23, 9).
Mi reconocimiento a Luis Lucia, ya que expuso o retrató, con crítica magistralmente velada, lo que es una característica evidente, verdad como un templo o vanidad propia de presbíteros: que no hay cosa que más deleite cause a un cura, ya sea un cura pecador o un cura santo, que un revestimiento, una misa y un oírse llamar “padre”. Estas tres cosas les gusta más que a un hambriento un pan caliente. Lógico porque con los revestimientos, las misas y la distinción de “padres”, ellos potencian su papel de clase superior en la institución Iglesia, de líderes y centro de atención en la misma. Sin embargo, a los laicos, las misas nos aburren y hastían en sumo grado, por más que los clérigos no nos entiendan.
En fin, lo verdaderamente importante en el caso de hombres como este católico (en el pleno sentido original de la palabra "católico = universal") es que el mundo cuenta con pocos héroes de la calidad humana y trascendental de Damián de Molokai.
Fej Delvahe
—¡Eh, el cura se ha disfrazado! ¡Vamos a verlo!
A lo cual responde una mujer que hay allí entre los clientes:
—Estará diciendo misa. Siempre hacen lo mismo. Es muy aburrido.
Y así mismo, en otra escena donde un niño de cuatro o cinco años llamado Jesús, que fue el primer bautizado de Damián de Molokai en el lugar, interrumpe llamándole “papá Damián”, es corregido cariñosamente por el sacerdote de esta manera:
—"Papá Damián" no, "¡padre Damián!". No te equivoques. ¿Entendido?
Es decir, la idiosincrasia real del sacerdote católico queda puesta de manifiesto (nada de llamarles “papá”, sino “padre”), cuando precisamente las escrituras por excelencia de todos los cristianos, “Los Evangelios”, con palabras que ponen en boca de Jesús de Nazaret, recomiendan todo lo opuesto: «No llamen ustedes padre a nadie en la tierra, porque tienen solamente un padre, el que está en el cielo.» (Mateo, 23, 9).
Mi reconocimiento a Luis Lucia, ya que expuso o retrató, con crítica magistralmente velada, lo que es una característica evidente, verdad como un templo o vanidad propia de presbíteros: que no hay cosa que más deleite cause a un cura, ya sea un cura pecador o un cura santo, que un revestimiento, una misa y un oírse llamar “padre”. Estas tres cosas les gusta más que a un hambriento un pan caliente. Lógico porque con los revestimientos, las misas y la distinción de “padres”, ellos potencian su papel de clase superior en la institución Iglesia, de líderes y centro de atención en la misma. Sin embargo, a los laicos, las misas nos aburren y hastían en sumo grado, por más que los clérigos no nos entiendan.
En fin, lo verdaderamente importante en el caso de hombres como este católico (en el pleno sentido original de la palabra "católico = universal") es que el mundo cuenta con pocos héroes de la calidad humana y trascendental de Damián de Molokai.
Fej Delvahe