La vida occidental se caracteriza por un mayor nivel material, racional, civilizado, científico, etc., de sus ciudadanos, y sobre todo de las mujeres. Y precisamente porque el ciudadano medio de la civilización occidental ha tenido tanto tiempo libre para el ocio, ha estado tan acomodado —en riquezas materiales, en amparo de la ley, en libertades civiles—, comparado con el ciudadano medio de las otras tres civilizaciones (las civilizaciones islámica, la hindú y la del Lejano Oriente), es que ha conseguido una creatividad y un vigor intelectual sin precedentes, respaldado por la ciencia y la tecnología de vanguardia que los pueblos librepensadores de Occidente han desarrollado sin cesar: la imprenta, el telescopio, el microscopio, el sextante, la máquina de vapor, la pila eléctrica, la bombilla, el motor de combustión interna, el cine, el automóvil, el avión, el teléfono, el telégrafo, la radio, la televisión, el aparato de rayos X, las vacunas, el motor a reacción, el motor cohete, el transistor, internet... Todos estos inventos son fruto de la fértil interacción entre ciencia aristotélica y la religión judeocristiana, con un énfasis en el individualismo, que caracteriza a la civilización occidental, donde las mujeres tienen más derechos como seres humanos y están más equiparadas a los hombres que en ninguna otra parte del mundo. Además no olvidemos una dato importantísimo que a menudo la gente desconoce: Occidente publica muchos más libros al año que ninguna otra civilización y, en general, prohíbe muchos menos.

Bien, el mérito de esta película está en exponer de una manera simple y sencilla que sin una educación formal y sin la posibilidad de adquirir una tradición escrita, muy pocos seres humanos pueden alcanzar su pleno potencial, y la mayoría de ellos languidecerán en condiciones de privación que son la vergüenza no ya de una determinada civilización sino de nuestra aldea global. Las muchachas de muchos Estados islámicos fundamentalistas se ven flagrantemente excluidas de lo que tristemente pasa por educación en esos lugares, y a veces ello es debido al pobre maridaje cultural de religión retrógrada e ignorancia, el cual se transmite de padres a descendientes como bálsamo protector, pero que en realidad resulta una especie de mortaja degenerativa para mantenerlos subdesarrollados e infantilizados durante toda su existencia. Esta historia iraní, de manera llana, sosegada, reveladora, "como el que no quiere la cosa", nos plantea lo comentado en este último párrafo.

Fej Delvahe