¡¡La madre del cordero!!
La que ha liado Raimi... Puede parecer poco si has visto la saga Evil Dead o muchas otras de terror de serie B con gore de casquería fina, pero aquí los logros del tío Sam (el que no lleva sombrero) son otros.

Navegando intermitentemente entre la risa y el susto, la carcajada y el grito de pánico, Sam Raimi confiere a su última película un aura de autoparodia englobando todos aquellos clichés del género que conoce de sobra y les añade una vuelta de tuerca más, algo así como diciendo "si quieres sopa, toma tres tazas".
Así que si se escucha el chirrido de una puerta de metal vieja, lo oirás cinco veces, si quieres vientos misteriosos los tendrás por toda la casa y danzando con toda la cubertería, si te molan los planos super cerrados te los regala paso a paso, hasta que puedas besar a la mosca y hacerle carantoñas. Y nunca queda en duda de si se ha pasado de rosca por gamberro o por puro ofico. Es por ambas. Y todo ello le otorga nueva savia a un género que lo tenían asfixiado en tantas leyes no escritas y tópicos manidos y desgastados.
Y ahí nace el humor, entre el negro y el rojo visceral para no dar respiro alguno al espectador.
Y cuando se junta todo esto en varias escenas se crean los gags que recordarás días y días después de haberla visto, de los cuales no mencionaré ninguno para no destripar lo mejor del film.
Objetos y situaciones aparentemente normales, Raimi las convierte en grandes puntos a favor para su película: botones, tirones de pelo, moscas, grapadoras, pañuelos, cabras...

En definitiva, una gran apuesta tanto si se quiere pasar miedo como reirse y pasar un buen rato, siempre y cuando no te importe reir entre casquería y casquería.