Bresson nos relata una historia lineal y sin subtramas, y renuncia al suspense mediante un título-spoiler que elimina cualquier sensación de intriga. Toda una declaración de intenciones, que a algunos les puede parecer sólo un ejercicio de estilo. Quizá el director quería demostrarnos que se puede emocionar al espectador a través de elementos meramente cinematográficos, prescindiendo de cualquier elemento sorpresa. Ya sabemos que Fontaine escapará. Sin embargo, Bresson hace que sintamos la misma claustrofobia que el protagonista, que vivamos con él su odio a los nazis y sus ansias de libertad, que nos sumerjamos en la meticulosidad de su laborioso plan de fuga, y que estemos a la expectativa ante el más leve chasquido... Los 95 minutos de metraje no hacen más extenderse en lo que ya hemos leído en las siete palabras que forman el título. Y aún así disfrutamos de cada escena, nada nos parece reiterativo. El secreto, a mi entender, estriba en la estudiada composición de imágenes, elementos fuera de campo, sonidos que parecen personajes y música de Mozart. Todo eso es el mérito de esta película inclasificable.