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Voto de reporter:
7
6,7
66.781
Bélico. Acción. Thriller. Drama
En Irak, una unidad de élite de artificieros norteamericanos actúa en una caótica ciudad donde cualquier persona puede ser un enemigo y cualquier objeto, una bomba. El jefe del grupo, el sargento Thompson, muere en el transcurso de una misión y es sustituido por el impredecible y temerario sargento William James (Jeremy Renner). Cuando falta poco para que la brigada sea relevada, el imprudente comportamiento de James hará que dos de sus ... [+]
28 de enero de 2010
14 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parece como si el Golfo Pérsico se resistiera a la conquista... del celuloide. Pasados casi siete años desde la intolerable invasión de Irak comandada por los Estados Unidos, sigue sin haber ningún testigo fílmico cuya calidad pueda garantizarle a priori la supervivencia ante el implacable paso del tiempo. Quizás esta de momento travesía por el desierto se debida a que la ocupación militar en el país de Oriente Próximo sea todavía un acontecimiento demasiado reciente, con lo que aún pueden haber reticencias a la hora de llevar a la gran pantalla un tema demasiado caliente como para otorgar a su autor la -necesaria- perspectiva histórica. Son también los miedos a desencadenar tempestades por poner el dedo sobre una herida que todavía está abierta... y por lo tanto escuece.
Pero Kathryn Bigelow es una amante del riesgo; de las emociones fuertes. Así lo deja claro una filmografía plagada de títulos demasiado irregulares, pero que casi siempre se las arreglan a la hora de brindar la ración necesaria de momentos trepidantes para que el público salga de la sala de cine con sensación de agotamiento. A esta directora le va la marcha, y por si a estas alturas todavía no había quedado claro, ella misma se encarga de despejar cualquier duda al citar al periodista Chris Hedges y su célebre frase en la que proclama que la guerra es una droga. Una afirmación sin duda controvertida al poderse confundir su naturaleza crítica. Y aunque fuera un elogio al espíritu belicista -que claramente no lo es-, seguiría teniendo su fundamento.
No hay más que mirar las apabullantes cifras de ingresos que nos llegan desde el cada vez más respetado (por méritos artísticos... y económicos, claro está) mundo del videojuego. En un año en el que se han batido récords de ventas, la elección favorita de los usuarios no ha recaído en los saltos de un fontanero italiano, ni mucho menos en las carreras de un puercoespín azul. La -clarísima- ganadora fue una realista y espectacular simulación de las misiones de alto riesgo de un cuerpo de élite militar. Los consumidores de esa industria especializada en la inmersión cada vez más creíble en nuevos mundos, han elegido evadirse disparando/acuchillando/bombardeando al “enemigo”. En una sociedad cada vez más marcada por el desencanto y la apatía, obtener dosis de adrenalina de donde sea no tiene por qué ser una alternativa demasiado irracional.
Volviendo a la “tierra hostil” iraquí, tenemos a un soldado que en plena terapia para no perder la chaveta en medio de tanto horror, no duda en visitar metralleta y sierra mecánica en mano a sus rivales virtuales. Pero sobretodo está el Sargento William James, protagonista central de la historia y encargado de dar cuerpo a la tesis de Hedges. El guión de Mark Boal y la excelente interpretación de Jeremy Renner dibujan con solidez y dotan de -aterradora- credibilidad las vivencias de un pobre diablo que, a pesar de llevar una vida sana y completa (siempre según los cánones marcados...
Pero Kathryn Bigelow es una amante del riesgo; de las emociones fuertes. Así lo deja claro una filmografía plagada de títulos demasiado irregulares, pero que casi siempre se las arreglan a la hora de brindar la ración necesaria de momentos trepidantes para que el público salga de la sala de cine con sensación de agotamiento. A esta directora le va la marcha, y por si a estas alturas todavía no había quedado claro, ella misma se encarga de despejar cualquier duda al citar al periodista Chris Hedges y su célebre frase en la que proclama que la guerra es una droga. Una afirmación sin duda controvertida al poderse confundir su naturaleza crítica. Y aunque fuera un elogio al espíritu belicista -que claramente no lo es-, seguiría teniendo su fundamento.
No hay más que mirar las apabullantes cifras de ingresos que nos llegan desde el cada vez más respetado (por méritos artísticos... y económicos, claro está) mundo del videojuego. En un año en el que se han batido récords de ventas, la elección favorita de los usuarios no ha recaído en los saltos de un fontanero italiano, ni mucho menos en las carreras de un puercoespín azul. La -clarísima- ganadora fue una realista y espectacular simulación de las misiones de alto riesgo de un cuerpo de élite militar. Los consumidores de esa industria especializada en la inmersión cada vez más creíble en nuevos mundos, han elegido evadirse disparando/acuchillando/bombardeando al “enemigo”. En una sociedad cada vez más marcada por el desencanto y la apatía, obtener dosis de adrenalina de donde sea no tiene por qué ser una alternativa demasiado irracional.
Volviendo a la “tierra hostil” iraquí, tenemos a un soldado que en plena terapia para no perder la chaveta en medio de tanto horror, no duda en visitar metralleta y sierra mecánica en mano a sus rivales virtuales. Pero sobretodo está el Sargento William James, protagonista central de la historia y encargado de dar cuerpo a la tesis de Hedges. El guión de Mark Boal y la excelente interpretación de Jeremy Renner dibujan con solidez y dotan de -aterradora- credibilidad las vivencias de un pobre diablo que, a pesar de llevar una vida sana y completa (siempre según los cánones marcados...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
... por el eterno sueño americano), es plenamente consciente de que sólo va a sentirse realizado en el campo de batalla. Ya sea porque sólo allí va a salir lo mejor -y lo peor- de él mismo, ya sea porque estar cerca de la muerte es lo único que le hace sentir vivo. Un hombre “salvaje”; un personaje memorable, así como la viva imagen de la locura que se ha apoderado de aquel territorio.
Mientras, Bigelow cumple con las expectativas depositadas en ella, lo cual se traduce en unas escenas de acción brillantes. El montaje es endiablado: se nos muestra desde todos los ángulos imaginables las incursiones de la brigada de artificieros, cada plano dura como máximo tres segundos, se juega constantemente con el zoom, la cámara se muestra siempre inquieta... todo ello con un tono hiperrealista que coquetea con el formato documental (se nota ahí la influencia de la ya olvidada ‘Redacted’ de Brian De Palma). Pero lo más admirable de este coctel explosivo es que los golpes de efecto no sacrifican una narrativa asfixiante e impactante, pero siempre clara. Desde la espectacular secuencia inicial, hasta el duelo al sol entre francotiradores, pasando por el parking de la sede la ONU o las movilizaciones nocturnas, la directora aturde al espectador con pirotecnia de primera calidad y con la tensión y suspense de los grandes maestros.
¿Repercute ello en el contenido del producto? Para nada. Entre sutilezas y golpes directos a la cara, ‘En tierra hostil’ nos habla de la hipocresía de los políticos a la hora de justificar la intervención armada en Irak (el campamento en el que se hallan los protagonistas pasa de llamarse “liberación” a “victoria”), de la privatización de la guerra, del divorcio total e irreversible entre el sector militar y el civil, entre lo extranjero y lo nativo... entre el invasor y el invadido. Después de dos horas de metraje uno abandona la sala con la sensación de haber entendido un poco mejor qué debe suponer estar en aquel infierno. Un país sumido en el caos, donde nadie es de fiar, donde puede haber una trampa mortal en cada esquina, donde a la mínima distracción se puede estallar en mil pedazos.
Una radiografía del horror que concilia la denuncia con el espectáculo (tampoco se pretende ocultar fascinación culpable hacia la maquinaria de guerra, bien lo demuestra por ejemplo la imagen en altísima definición y vivos colores del casquillo revolcándose por la arena). Un filme que para no faltar al signo identitario de Bigelow, se resiente de algún que otro tiempo muerto que bien podría haber sido eliminado del montaje final (aunque en su defensa hay que remarcar que esta impresión se debe sobretodo al elevadísimo nivel mostrado en los momentos de máxima intensidad, convertidos pues en un arma de doble filo). Pequeñas imperfecciones aparte, no parece descabellado otorgar a ‘En tierra hostil’ el crédito suficiente para ganarse el título de la película “oficial” de esa maldita -y para algunos adictiva- guerra.
Mientras, Bigelow cumple con las expectativas depositadas en ella, lo cual se traduce en unas escenas de acción brillantes. El montaje es endiablado: se nos muestra desde todos los ángulos imaginables las incursiones de la brigada de artificieros, cada plano dura como máximo tres segundos, se juega constantemente con el zoom, la cámara se muestra siempre inquieta... todo ello con un tono hiperrealista que coquetea con el formato documental (se nota ahí la influencia de la ya olvidada ‘Redacted’ de Brian De Palma). Pero lo más admirable de este coctel explosivo es que los golpes de efecto no sacrifican una narrativa asfixiante e impactante, pero siempre clara. Desde la espectacular secuencia inicial, hasta el duelo al sol entre francotiradores, pasando por el parking de la sede la ONU o las movilizaciones nocturnas, la directora aturde al espectador con pirotecnia de primera calidad y con la tensión y suspense de los grandes maestros.
¿Repercute ello en el contenido del producto? Para nada. Entre sutilezas y golpes directos a la cara, ‘En tierra hostil’ nos habla de la hipocresía de los políticos a la hora de justificar la intervención armada en Irak (el campamento en el que se hallan los protagonistas pasa de llamarse “liberación” a “victoria”), de la privatización de la guerra, del divorcio total e irreversible entre el sector militar y el civil, entre lo extranjero y lo nativo... entre el invasor y el invadido. Después de dos horas de metraje uno abandona la sala con la sensación de haber entendido un poco mejor qué debe suponer estar en aquel infierno. Un país sumido en el caos, donde nadie es de fiar, donde puede haber una trampa mortal en cada esquina, donde a la mínima distracción se puede estallar en mil pedazos.
Una radiografía del horror que concilia la denuncia con el espectáculo (tampoco se pretende ocultar fascinación culpable hacia la maquinaria de guerra, bien lo demuestra por ejemplo la imagen en altísima definición y vivos colores del casquillo revolcándose por la arena). Un filme que para no faltar al signo identitario de Bigelow, se resiente de algún que otro tiempo muerto que bien podría haber sido eliminado del montaje final (aunque en su defensa hay que remarcar que esta impresión se debe sobretodo al elevadísimo nivel mostrado en los momentos de máxima intensidad, convertidos pues en un arma de doble filo). Pequeñas imperfecciones aparte, no parece descabellado otorgar a ‘En tierra hostil’ el crédito suficiente para ganarse el título de la película “oficial” de esa maldita -y para algunos adictiva- guerra.