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Comedia. Romance
Bérengère y Vincent se van a casar respetando las tradiciones de las bodas burguesas y el buen gusto. Siguiendo la costumbre, las familias y los amigos se encuentran en el campo en un bonito día de primavera. Un día trascendental e inolvidable para todos, en el que se revelan secretos familiares que no dejan indiferentes a ninguno de los asistentes. (FILMAFFINITY)
21 de mayo de 2010
12 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las bodas y los funerales son los principales motivos de reunión -al menos así lo ve el cine- de este conglomerado caótico y fascinante al que llamamos familia. Una unión que se ve reforzada en los momentos de máxima alegría y tristeza, pero que siempre amenaza con resquebrajarse por las infinitas fricciones que se dan en su seno. Es lo que tiene la convivencia prolongada con demás personas, que a medida que se van conociendo las unas a las otras, van saliendo a la luz aquellas imperfecciones que podían ocultarse en los primeros acercamientos. Esos tics y malas costumbres “del otro” van haciéndose más y más grandes dentro de nuestra percepción... tanto que casi siempre necesitamos compartirlos con alguien que nos comprenda.
¿Y dónde vamos a cruzarnos tanto con nuestro opuesto como con nuestro contenedor favorito de confesiones? ¿Dónde van a estallar todas estas tensiones? Correcto, en ningún sitio mejor que en las tan especiales reuniones con los seres queridos. Es decir, en el momento en que tendrás a gente de tu confianza apoyándote a la hora de hacer frente a los energúmenos a los que no puedes ver ni en pintura, pero con los que en el fondo te sientes tan unido. La familia vista como el caldo de cultivo perfecto para todo tipo de malos rollos. Los grandes fastos vistos como el horno ideal para que suba la temperatura hasta el punto en que la cordialidad y los lazos fraternales se vayan a tomar viento.
Así pues el título de la cinta puede resultar engañoso, ya que el relleno de este pastel para nada es tan dulzón como cabía esperar. ¿Un postre envenenado? No llega a estos extremos, pero cuando la historia entra definitivamente en materia, uno se pregunta continuamente si la comedia que confiaba ver no es en realidad un drama de traca. En las primeras escenas es difícil esconder la ligera sonrisa que se produce al ver a un cura poco al uso (que irónicamente se erigirá como uno de los principales aguafiestas) despotricar de la pompa y pretensiones que va desprendiendo la familia que ha contratado sus servicios. Se aboga pues por presentarnos pequeños conflictos de una manera simpática y en el fondo poco ofensiva.
Donde empiezan a amenazar las hostilidades serias es cuando el director Denys Granier-Deferre decide ahondar en los familiares de los novios, que como era de prever, no son tan normales ni felices como muestran las primeras apariencias. Hasta aquí todo bajo control. El terreno resbaladizo lo encontramos de verdad cuando asoman temas ya no tan divertidos, como el divorcio, el adulterio, las riñas subiditas de tono o la visita de los fantasmas del pasado. Es en momentos como esos en los que se nos remite a la primera escena del filme, en la que la torpeza de unos criados destroza el pastel de boda -la “pièce montée”-, que por su forma piramidal se convierte en una alusión directa a una familia que puede desmoronarse en un abrir y cerrar de ojos.
¿Y dónde vamos a cruzarnos tanto con nuestro opuesto como con nuestro contenedor favorito de confesiones? ¿Dónde van a estallar todas estas tensiones? Correcto, en ningún sitio mejor que en las tan especiales reuniones con los seres queridos. Es decir, en el momento en que tendrás a gente de tu confianza apoyándote a la hora de hacer frente a los energúmenos a los que no puedes ver ni en pintura, pero con los que en el fondo te sientes tan unido. La familia vista como el caldo de cultivo perfecto para todo tipo de malos rollos. Los grandes fastos vistos como el horno ideal para que suba la temperatura hasta el punto en que la cordialidad y los lazos fraternales se vayan a tomar viento.
Así pues el título de la cinta puede resultar engañoso, ya que el relleno de este pastel para nada es tan dulzón como cabía esperar. ¿Un postre envenenado? No llega a estos extremos, pero cuando la historia entra definitivamente en materia, uno se pregunta continuamente si la comedia que confiaba ver no es en realidad un drama de traca. En las primeras escenas es difícil esconder la ligera sonrisa que se produce al ver a un cura poco al uso (que irónicamente se erigirá como uno de los principales aguafiestas) despotricar de la pompa y pretensiones que va desprendiendo la familia que ha contratado sus servicios. Se aboga pues por presentarnos pequeños conflictos de una manera simpática y en el fondo poco ofensiva.
Donde empiezan a amenazar las hostilidades serias es cuando el director Denys Granier-Deferre decide ahondar en los familiares de los novios, que como era de prever, no son tan normales ni felices como muestran las primeras apariencias. Hasta aquí todo bajo control. El terreno resbaladizo lo encontramos de verdad cuando asoman temas ya no tan divertidos, como el divorcio, el adulterio, las riñas subiditas de tono o la visita de los fantasmas del pasado. Es en momentos como esos en los que se nos remite a la primera escena del filme, en la que la torpeza de unos criados destroza el pastel de boda -la “pièce montée”-, que por su forma piramidal se convierte en una alusión directa a una familia que puede desmoronarse en un abrir y cerrar de ojos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Por suerte entre tanta desolación hay una moraleja alentadora (que encontramos de nuevo en la mencionada primera escena, convirtiéndose ésta en una síntesis perfecta de todo el relato): no hay nada que no pueda arreglarse con el debido tiempo, esfuerzo y cariño. Al final de la experiencia, el pastel volverá a alzarse majestuosamente, y las grietas que puedan percibirse ahora en él, más que amenazar la estructura, servirán para aliviar un poco la insufrible presión que ejercían algunos componentes sobre otros. Desde luego puede recriminársele a la cinta el no acabar de rematar todas sus intenciones (apostando a veces por una ligereza que no concuerda demasiado con la gravedad de algunos problemas expuestos), o el de optar por una resolución demasiado facilona en algún que otro frente. Donde ya no se pueden poner tantas quejas es a la hora de analizar en términos generales un entretenimiento cuya mayor y nada despreciable virtud es la de dar con bastante acierto con la siempre difícil combinación entre dulzura y acidez.