FA
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Voto de reporter:
8
2011
6,7
52.332
Animación. Aventuras
Tintín, un joven periodista dotado de una curiosidad insaciable, y su leal perro Milú descubren que la maqueta de un barco contiene un enigmático y secular secreto que deben investigar. A partir de ese momento, Tintín se verá acosado por Ivan Ivanovitch Sakharine, un diabólico villano que cree que el joven ha robado un valioso tesoro vinculado a un cruel pirata llamado Rackham el Rojo. Pero, con la ayuda de Milú, del cascarrabias ... [+]
28 de octubre de 2011
84 de 106 usuarios han encontrado esta crítica útil
Soy tintinólogo. No oculto mi condición, es más, la llevo con orgullo, y nunca olvido que una parte significativa de mi educación lectora se la debo a Hergé. A él y a su obra más célebre, obviamente. Las investigaciones del intrépido reportero Tintín, susceptibles todas ellas de terminar en un embolado de campeonato, me atraparon primero desde las viñetas y más tarde a través de su más que aceptable adaptación en formato de serie animada. Un camino recorrido por otros muchos millones de personas, lo cual para nada quita mérito a cualquiera que haya pasado por él.
Al fin y al cabo, estando las librerías de todo el mundo inundadas de cómics cuyos protagonistas hacían gala de unos superpoderes que les pondrían al mismo nivel de cualquier dios concebido a lo largo de toda la historia de la humanidad, es de aplaudir que un personaje se hiciera con el corazón de tantos lectores cuando solo tenía en su haber una mano tan humilde como lo es la compuesta por el ingenio, la valentía y claro está, por encima de todo, una capacidad innata para atraer y empaparse de cualquier aventura que se le presentara. Tintín no volaba, no tenía visión de rayos X, ni tenía una fuerza descomunal. Ni falta que le hacía.
Tintín era un simple reportero con el olfato siempre a punto... y que además tuvo la suerte de vivir en una época en la que el romanticismo era un concepto todavía vivo. Una época en la que la red de redes no era ni siquiera un proyecto, y en la que las bibliotecas eran la elección predilecta de todo buen sabueso. Una época en la que con una triste moneda podían adquirirse auténticos tesoros; en la que hasta los criminales más ruines vestían elegantemente y en la que el exotismo aún no había perdido su capacidad para maravillar, al existir todavía lugares que esperaban ser descubiertos. Se trata en resumidas cuentas de un escenario que ya hemos disfrutado antes, solo que con protagonistas distintos.
Porque un tal Doctor Indiana Jones, eminente arqueólogo, profesor universitario y buscador inagotable de problemas a tiempo parcial, tampoco gozaba de ninguna aptitud sobrehumana, sin embargo sigue encandilando aún a día de hoy a todo aquel que le hinque el diente a sus peripecias. El máximo responsable de su merecida fama es Steven Spielberg, que después del relativo batacazo que se dio en su última colaboración con el citado Indiana, andaba un poco perdido con una agenda rebosante de futuros proyectos y productos televisivos de dudosa calidad. Conoció mejores días el antaño indiscutible Rey Midas de Hollywood, cuyo mayor mérito a lo largo de los últimos años parecía ser el haberse fijado en la agudeza de J.J. Abrams, en un acto que desprendía cierto olor a relevo generacional.
¿Era la hora de pensar en una digna retirada para dejar sitio a los talentos emergentes? ¿Se había agotado la magia de uno de los cineastas más prodigiosos de todos los tiempos? Había indicios para temerse lo peor... pero los titanes no ceden su trono con tanta facilidad.
Al fin y al cabo, estando las librerías de todo el mundo inundadas de cómics cuyos protagonistas hacían gala de unos superpoderes que les pondrían al mismo nivel de cualquier dios concebido a lo largo de toda la historia de la humanidad, es de aplaudir que un personaje se hiciera con el corazón de tantos lectores cuando solo tenía en su haber una mano tan humilde como lo es la compuesta por el ingenio, la valentía y claro está, por encima de todo, una capacidad innata para atraer y empaparse de cualquier aventura que se le presentara. Tintín no volaba, no tenía visión de rayos X, ni tenía una fuerza descomunal. Ni falta que le hacía.
Tintín era un simple reportero con el olfato siempre a punto... y que además tuvo la suerte de vivir en una época en la que el romanticismo era un concepto todavía vivo. Una época en la que la red de redes no era ni siquiera un proyecto, y en la que las bibliotecas eran la elección predilecta de todo buen sabueso. Una época en la que con una triste moneda podían adquirirse auténticos tesoros; en la que hasta los criminales más ruines vestían elegantemente y en la que el exotismo aún no había perdido su capacidad para maravillar, al existir todavía lugares que esperaban ser descubiertos. Se trata en resumidas cuentas de un escenario que ya hemos disfrutado antes, solo que con protagonistas distintos.
Porque un tal Doctor Indiana Jones, eminente arqueólogo, profesor universitario y buscador inagotable de problemas a tiempo parcial, tampoco gozaba de ninguna aptitud sobrehumana, sin embargo sigue encandilando aún a día de hoy a todo aquel que le hinque el diente a sus peripecias. El máximo responsable de su merecida fama es Steven Spielberg, que después del relativo batacazo que se dio en su última colaboración con el citado Indiana, andaba un poco perdido con una agenda rebosante de futuros proyectos y productos televisivos de dudosa calidad. Conoció mejores días el antaño indiscutible Rey Midas de Hollywood, cuyo mayor mérito a lo largo de los últimos años parecía ser el haberse fijado en la agudeza de J.J. Abrams, en un acto que desprendía cierto olor a relevo generacional.
¿Era la hora de pensar en una digna retirada para dejar sitio a los talentos emergentes? ¿Se había agotado la magia de uno de los cineastas más prodigiosos de todos los tiempos? Había indicios para temerse lo peor... pero los titanes no ceden su trono con tanta facilidad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Ésta es la reconfortante conclusión que se extrae del visionado de una de las películas más esperadas de la temporada, 'Las aventuras de Tintín: El secreto del unicornio', ambiciosa joint venture en la que también ha tomado parte Peter Jackson además de una tripleta de guionistas de lujo, ideales para aportar nuevos enfoques e ideas al conjunto.
Todo esto sin olvidar el rol fundamental que juega una tecnología que, tras la inmensa labor de allanamiento del terreno llevada a cabo por Robert Zemeckis, debe encontrar en este filme el trampolín definitivo para ser considerada como una respetable vía para hacer cine. Sino que se lo pregunten a Spielberg, que en esta peculiar forma de utilizar la captura de movimiento ha visto no solo una interesante solución a la hora de resolver el clásico dilema de cómo encarar una adaptación de estas características, sino también una herramienta para que su narrativa borre la palabra ''límite'' de su diccionario; para dar un soplo de aire fresco a su cine.
El resultado es excelente y se palpa especialmente en escenas tan deliciosas como la de la infiltración en un camarote más abarrotado que el de los hermanos Marx, o en la colosal persecución por las calles de Bagghar para recuperar los trozos de un pergamino. Spielberg se siente completamente libre para poner la cámara donde lo encuentre más conveniente, así como para moverla y transitar como solamente él sabe entre escenas y escenarios distintos, logrando que a lo largo de más de hora y media el ritmo endiablado no decaiga nunca. Con un aire conscientemente naïf, la trama nunca quiere hacerse pesada, mostrándose sensiblemente más dinámica que en el original y avanzando de manera tan simple como ágil, sorteando obstáculos con elegancia, yendo a buscar el siguiente, en un constante más difícil todavía, para lucirse una vez más.
Después de un espectáculo de tantos quilates, solo tres quejas. La primera es que el 3D, aunque en esta ocasión no moleste, sigue sin justificar su precio. La segunda, un desenlace precipitado y carente de la fuerza mostrada hasta entonces. Un anticlímax que sin embargo abre la puerta a más entregas para la presunta franquicia cinematográfica, lo cual nos lleva a... la tercera queja: el poco interés que despierta la propuesta en territorio americano, algo claramente visible en la estrategia comercial de la productora. Ante esto último, el fuerte deseo que la taquilla del viejo continente dé la razón a los responsables de este proyecto, y que los buenos resultados se repitan al otro lado del Atlántico. Porque este hábil collage de 'El cangrejo de las pinzas de oro', 'El secreto del Unicornio' y 'El tesoro de Rackham el Rojo' demuestra que el reportero concebido por Hergé puede mantener una fructífera relación con el séptimo arte. Porque, al igual que los protagonistas de su última obra, Spielberg deja claro que su sed de aventuras sigue siendo insaciable... y lo mejor es que ésta sigue siendo contagiosa.
Todo esto sin olvidar el rol fundamental que juega una tecnología que, tras la inmensa labor de allanamiento del terreno llevada a cabo por Robert Zemeckis, debe encontrar en este filme el trampolín definitivo para ser considerada como una respetable vía para hacer cine. Sino que se lo pregunten a Spielberg, que en esta peculiar forma de utilizar la captura de movimiento ha visto no solo una interesante solución a la hora de resolver el clásico dilema de cómo encarar una adaptación de estas características, sino también una herramienta para que su narrativa borre la palabra ''límite'' de su diccionario; para dar un soplo de aire fresco a su cine.
El resultado es excelente y se palpa especialmente en escenas tan deliciosas como la de la infiltración en un camarote más abarrotado que el de los hermanos Marx, o en la colosal persecución por las calles de Bagghar para recuperar los trozos de un pergamino. Spielberg se siente completamente libre para poner la cámara donde lo encuentre más conveniente, así como para moverla y transitar como solamente él sabe entre escenas y escenarios distintos, logrando que a lo largo de más de hora y media el ritmo endiablado no decaiga nunca. Con un aire conscientemente naïf, la trama nunca quiere hacerse pesada, mostrándose sensiblemente más dinámica que en el original y avanzando de manera tan simple como ágil, sorteando obstáculos con elegancia, yendo a buscar el siguiente, en un constante más difícil todavía, para lucirse una vez más.
Después de un espectáculo de tantos quilates, solo tres quejas. La primera es que el 3D, aunque en esta ocasión no moleste, sigue sin justificar su precio. La segunda, un desenlace precipitado y carente de la fuerza mostrada hasta entonces. Un anticlímax que sin embargo abre la puerta a más entregas para la presunta franquicia cinematográfica, lo cual nos lleva a... la tercera queja: el poco interés que despierta la propuesta en territorio americano, algo claramente visible en la estrategia comercial de la productora. Ante esto último, el fuerte deseo que la taquilla del viejo continente dé la razón a los responsables de este proyecto, y que los buenos resultados se repitan al otro lado del Atlántico. Porque este hábil collage de 'El cangrejo de las pinzas de oro', 'El secreto del Unicornio' y 'El tesoro de Rackham el Rojo' demuestra que el reportero concebido por Hergé puede mantener una fructífera relación con el séptimo arte. Porque, al igual que los protagonistas de su última obra, Spielberg deja claro que su sed de aventuras sigue siendo insaciable... y lo mejor es que ésta sigue siendo contagiosa.