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España España · Barcelona
Voto de reporter:
6
Drama Deseando morir con dignidad, Hanshiro, un samurái sin recursos, solicita realizar el ritual de suicidio en la residencia del clan Li, cuyo director es Kageyu, un guerrero obstinado. Intentando que cambie de idea, Kageyu le cuenta la trágica historia de Motome, un joven ronin que llegó solicitando lo mismo. Remake en 3D de la película homónima de Masaki Kobayashi (1962), con Tatsuya Nakadai en el papel principal. (FILMAFFINITY)
15 de agosto de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las comparaciones son odiosas, y por esto hay que intentar evitarlas. No obstante, hay ocasiones en las que éstas son casi inevitables. Dado que la industria cinematográfica (sin fronteras que valgan) recurre cada vez más al remake, al encargado de analizar también le cuesta horrores no recurrir a ellas. Menos cuando se desentierra a grandes clásicos del séptimo arte. Hay películas tan mediocres que a nadie le importa que surjan nuevas versiones suyas (básicamente porque ya casi nadie las recuerda), pero en el caso contrario, los más devotos del material original ya empiezan a afilar las zarpas antes siquiera de iniciar el visionado. ¿Se acuerdan de las reacciones después de que Gus Van Sant estrenara su 'Psicosis', a partir del legendario filme de Alfred Hitchcock? La comunidad cinéfila se le lanzó encima -injustificadamente- con ira homicida, aunque los más calmados prefirieron reservar sus fuerzas, al interpretar que Van Sant ya había hecho el trabajo por ellos, ya que consideraban que su trabajo había sido un auténtico suicidio. Queda demostrado pues que jugar con los clásicos es jugar con fuego. Dicho de otra forma: es buscar el harakiri.

La nueva incorporación al ilustre club de los suicidas es Takashi Miike, un personaje que bien habría podido ser uno de los habitantes de la Villa del Pingüino, aquel pueblo delirante ideado por Akira Toriyama para aquella delicia del manga / anime que era "El Dr. Slump". En dicha serie, hacía apariciones esporádicas un motorista que vestía un mono con agujeros especialmente dispuestos para que pudiera hacer sus necesidades mientras conducía sobre dos ruedas. No es que fuera un vago, lo que pasaba es que si se bajaba de la moto, moría. Literalmente. Por esto, para él, el peor momento del día coincidía con el obligatorio repostaje en la gasolinera; por esto no paraba jamás de circular por cualquier carretera. Una dolencia similar debe padecer Miike, un realizador que si para de rodar películas, muere. Seguro. Solo así se explica que, desde hace ya casi dos décadas, mantenga un ritmo de producción que, en el peor de los casos, se "limita" a dos películas al año.

La última de ellas sigue en la senda marcada por la muy recomendable '13 asesinos', que debería ser recordada, más que por tratarse de un respetuoso y muy logrado remake de una célebre cinta nipona de la década de los sesenta, por marcar un punto de inflexión en la carrera de Miike, al mostrar éste una más que bienvenida madurez (manifestada en la serenidad tanto en el discurso como en la puesta en escena) que, echando un rápido vistazo a sus títulos más relevantes hasta entonces, parecía que nunca haría acto de presencia. Con 'Hara-kiri: Muerte de un samurai', el director japonés vuelve a los años sesenta, para rehacer en tres dimensiones la magnífica película de Masaki Kobayashi 'Harakiri (Seppuku)'. Volviendo a los argumentos esgrimidos al principio: váyase preparando toda la liturgia que conlleva el rajarse literalmente el vientre y esparcir por doquier los intestinos... un ritual tan brutal como -paradójicamente- bello, por ello, un ritual 100% Miike.

Como ya sucediera en la ya mencionada '13 asesinos', en lo nuevo (?) de este híper-activo autor la calma reina en los primeros compases, para imponerse al final la furia y el caos. Siguiendo al pie de la letra la hoja de ruta marcada por Kobayashi, se presenta con elegancia y tensión al personaje de Hanshiro, un viejo samurai que acude a una casa noble para pedir efectuar allí la noble ceremonia del harakiri ("Cuanto más respetable sea la casa, más honor se conseguirá con el ritual"), no sin antes relatar detalladamente a sus ocupantes las razones que le han llevado a formular la petición en cuestión. Así se inicia una cada vez más enigmática, al mismo tiempo que dramática, narración construida a base de flashbacks, que sirve para que Miike vuelva a deslumbrar con una muy convincente recreación del Japón feudal... y quede retratado por el antecedente.

En efecto, el conjunto se tambalea peligrosamente cuando el director decide alejarse del camino propuesto por el original, una decisión que desemboca en la introducción de nuevas variantes que no hacen más que lastrar el desarrollo de la historia, y que marginan algunos de los conceptos más fascinantes planteados por el guión casi perfecto que escribió hace casi medio siglo Shinobu Hashimoto. Al final del presunto harakiri autoral, las sensaciones que permanecen dentro del espectador son más bien tibias. Una temperatura que ni quema ni enfría, debido a que la calidez de esta recuperación del chambara clásico, técnicamente envidiable, se ve compensada por la gelidez de que ésta sea demasiado plana... y esto no solo es debido a su mal uso del 3D. Las comparaciones son odiosas, sí, pero es innegable que Takashi Miike es una triste sombra de Masaki Kobayashi (eso sí, al menos el primero sale vivo de su particular seppuku, que ya es mucho).
reporter
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