Película pionera sobre campos de concentración nazis que no solo está basada en la experiencia como prisionera (por izquierdista y colaboradora con la Resistencia) de la directora Wanda Jakubowska, sino que está parcialmente rodada en el propio Auschwitz. La autenticidad e impacto de las localizaciones es máxima. Se le clava a uno en la espalda la evidente dureza de los camastros de las literas y, durante todo el metraje, no se puede apartar la sensación de estar contemplando, más que una película, una herida abierta. Impactan de manera especial algunas de las imágenes de las prisioneras en su dura rutina, tratadas con la habilidad para la composición fotográfica que ya demostraba el cine mudo soviético. Solo por esto es una película imprescindible para el aficionado al cine y a la historia del siglo veinte. La historia que se narra, no obstante, esta un poco deslavazada y, dado que no se busca la reflexión sino el enardecimiento del espectador, se limita a la exaltación del heroísmo y el martirio de algunas de las protagonistas de manera un poco simplista, así como a dejar constancia, en multitud de anécdotas más o menos duras de digerir, del sufrimiento de casi todas y del cinismo y crueldad de nazis y capos. Pese a su clara adscripción a la Polonia soviética (Stalin es la esperanza, como se deja patente en una de las escenas) y a su tosquedad pionera, ideológicamente no va más allá de cualquier típica película antinazi, y es verdaderamente extraño que esta joya haya estado tan alejada de cine clubs y filmotecas durante décadas.