El único detalle coherente del guión es que la protagonista, Emma Cohen, hija del más rico del pueblo, se sabe enferma terminal y ve, lógicamente, al galán vampiro que aparece y desaparece del castillo aledaño y a su oferta de llevarla con él con un simple golpe de colmillo, como algo que le garantiza un mundo nuevo y eterno a cambio de nada que vaya a durar mucho. Sin embargo, el vampiro, Carlos Ballesteros, más medroso que audaz, en lugar de aceptarla en ese mundo que él llama de malditos injustamente estigmatizados por los humanos, adopta la posición de protegerla y dejar que muera por el curso de su enfermedad sin vampirizarla y luego él mismo se suicida exponiéndose al sol. El resto, como es frecuente en las producciones de terror españolas de la época, un ir y venir de personajes sin sentido y una oportunidad para desnudos y escenas eróticas sin la menor gracia que entonces eran una novedad. Algunas ideas del argumento podrían haber ido mucho más lejos con un mejor tratamiento, pero eso me parece que sucede muy a menudo, no sólo en el cine.