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Voto de Martes Carnaval:
6
Comedia Bazil es un tipo que ha logrado esquivar la muerte dos veces en su vida. Cuando era niño sobrevivió a una mina antipersona, aunque su familia no tuvo tanta suerte. Siendo un adulto, una bala perdida se incrustó en su cerebro. Con la colaboración de unos artistas callejeros, intentará vengarse de las compañías armamentísticas que tanto daño le han hecho. (FILMAFFINITY)
17 de junio de 2011
25 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jeunet es un manierista en la medida que repite unas fórmulas que quiere que sean sus señas de identidad. Por repetir, repite coguionista y parte del reparto. Si Jeunet tiene en esta película un personaje que lo puede representar es el que no dice dos palabras sin recurrir a una frase hecha. La repetición artística es indicativa de seguridad y eso es bueno y es malo. La repetición es buena en cuanto que uno proclama con ella su madurez, y es mala en cuanto que uno renuncia a través de ella a la flexibilidad y a tantear nuevas vías creativas.

El ecosistema cinematográfico de Jeunet es cálido y evocador como una gran juguetería. Y su lema es que hay que huir de la línea recta para unir dos puntos. El barroquismo visual que instaura tiene tendencia a convertirse en un fin en sí mismo y no en un medio al servicio de una historia. Es por eso que cuanto más quiera narrar, la película resultante tiene más plomo en las alas. De ahí la genial liviandad de "Amélie", donde, más que una historia, había un retrato de una niña adulta o una mujer infantil, pintado usando por pincel una varita mágica.
Por otro lado —confiemos que no sea el caso—, uno de los precios que hay que pagar por el éxito es que, a veces, coloca el listón a una altura que ya no puede rebasar el que lo había conseguido. El artista, el creador, tiene la obligación de negar esta posibilidad pero los hechos pueden ser muy tozudos y no dejarse convencer.

Jeunet, como Fellini, distorsiona la realidad para hacerla encajar en un mundo a su medida, y para que ese planteamiento funcione tiene que aprender a acotarse. No lo ha sabido hacer en esta película que, a pesar de sus innegables "chispazos", tiene un argumento demasiado convencional y prosaico para dejarse atrapar por su metodología y su estética. Los personajes atípicos y excéntricos —con o sin carné de una troupe circense—, los trabajados disfraces del guardarropa de Mortadelo, los autómatas y demás inventos del profesor Franz de Copenhague, el coleccionismo desquiciado, el cromatismo naíf omnipresente, los digitalizados paisajes, las inverosímiles coincidencias y las surrealistas planificaciones del protagonista del film que se cumplen con una precisión milimétrica piden algo más que una maniquea batalla entre buenos muy buenos y malos muy malos.

El alegato pacifista que pudiera haberse pretendido queda muy desdibujado al estar incluido en un tebeo.

En cualquier caso, siempre tiene algo de privilegio para el espectador el ser invitado a un lugar —como es esta película— donde proliferan la imaginación —que nos compensa de lo que no somos— y el humor —que nos consuela de lo que somos—.
Martes Carnaval
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