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Voto de Enrique Castaños:
8
6,2
185
Drama
Remake de un clásico del cine alemán "Muchachas de uniforme" (1931), el primer filme que trataba abiertamente el tema del lesbianismo en el cine, pero en una versión mucho menos crítica y mordaz que ésta. En el año 2006 en Hollywood se realizó otro remake titulado "Loving Annabelle". (FILMAFFINITY)
22 de enero de 2015
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
A pesar de algunas opiniones en contra, esta nueva versión de 1958 de la obra maestra de Leontine Sagan rodada en 1931, «Mädchen in Uniform» (Muchachas de uniforme), cubre el expediente de un modo digno y notable. El realizador Géza von Radványi (1907 – 1986), nacido en el Imperio Austro-húngaro, en lo que hoy es Eslovaquia, no sólo se atiene al espíritu de la pieza teatral («Ritter Nérestan», Leipzig, 1930) de la escritora alemana Christa Winsloe (1888 – 1944) que inspira la película, sino que respeta de manera bastante escrupulosa el filme de 1931, introduciendo cambios que, en el fondo, no alteran esencialmente el contenido. Desde algún tiempo después de su realización, han proliferado los críticos mediocres y los espectadores desinformados o insensibles, que han querido a toda costa hacer una lectura grosera, en clave lésbica, de la película de Leontine Sagan. Más aún con esta versión que comentamos ahora. La lectura es grosera porque, en el caso de que haya una intención lésbica en la relación entre la Srta. Elisabeth von Bernburg y la colegiala adolescente Manuela von Meinhardis, no sólo no es explícita, sino que, como corresponde a una realizadora inteligente, se trata de una unión sutil, implícita, elegante, moderada, respetuosa y de una insinuación exquisita. Similares rasgos podemos aplicar a la película de 1958, aunque, evidentemente, no se trate ahora de una obra maestra.El que Christa Winsloe fuera una mujer con inclinaciones lésbicas, que se manifestaron abiertamente en su breve pero apasionada relación amorosa con la periodista estadounidense Dorothy Thompson entre 1932-1933, no significa que desconociese las limitaciones de su propia época. Además, la insinuación, la imprecisión y la ambigüedad proporcionan una mayor perturbación al relato fílmico.
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De igual modo que fue un acierto inigualable la elección del tándem Dorothea Wieck-Hertha Thiele para el filme de 1931, también supuso una perspicaz decisión elegir ahora a Lilli Palmer y a Romy Schneider para interpretar los papeles principales, la primera a Elisabeth y la segunda a Manuela. Mientras que en 1931 las edades de las actrices principales se diferenciaban en pocas semanas (algo menos de veinticuatro años cada una), en 1958 Lilli Palmer tiene unos cuarenta y cuatro y Romy Schneider unos veinte. El que la lengua materna de ambas sea el alemán es otro acierto indudable. Por supuesto que las tomas de 1931 que reflejan lo que Kracauer llamaba el «espíritu de Potsdam», es decir, las vistas de los monumentos de la ciudad, son incomparables y no pueden superarse. Tampoco lo pretende Géza von Radványi. Se le ha achacado frialdad a Lilli Palmer en su interpretación; todo lo contrario: rezuma inteligencia, aunque sólo sea por ese equilibrio perfecto entre distanciamiento y ternura, autoridad y tolerancia. La profesora conoce perfectamente la psicología de las adolescentes. Ella misma tiene unos deseos amorosos reprimidos, pero ha sabido sublimarlos de manera positiva. ¿Cómo? Tratando con equidad, justicia, humanidad, respeto y calculado cariño a sus pupilas. Está enamorada de su profesión, a la que ha convertido en el sentido de su existencia. Manuela es especial, sobre todo muy sensible, y Elisabeth sabe conseguir que encuentre el afecto que no ha podido hallar en su vida familiar. Hay dos alteraciones importantes. La primera es que la obra de teatro que representan las alumnas no es el «Don Carlos» de Schiller, sino «Romeo y Julieta» de Shakespeare. El «espíritu de Potsdam» suponía también el conocimiento de los clásicos alemanes. Naturalmente, si Hertha Thiele era Don Carlos, ahora Romy Schneider será Romeo. La actriz vienesa está sencillamente deliciosa y encantadora; Lilli Palmer, inteligente, bellísima y enigmática. El célebre beso cambia. En 1931 era Elisabeth la que se lo daba en la boca a Manuela delante de todas las demás chicas, en el momento de darle las buenas noches; ahora es Manuela quien toma la iniciativa, en el despacho de Elisabeth, adonde ésta le corrige la interpretación de su papel de Romeo. El beso de Romy Schneider posee una mayor carga erótica, pero sigue siendo contenido, y, sobre todo, inocente. Su amor por su adorada profesora es perfectamente comprensible desde el punto de vista psicológico; incluso necesario y saludable. Que las mentes morbosas no saquen las cosas de quicio. En cuanto a la traducción española del título original, es penosa y lamentable. Da vergüenza ajena. Por su grosera vulgaridad, naturalmente.
Enrique Castaños, enero 2015
Enrique Castaños, enero 2015