Los diálogos en algunos momentos iniciales semejan impostados, pudiera pensarse que Lázaro Louzao desea sumergirlos en la cotidianidad, y lo consigue, a fuerza de ciertas obviedades.

Su guion parece un libreto de una obra de teatro, aunque haya alguna secuencia de exterior. Los pocos medios con los que seguramente contaron para producirla justifica ciertas carencias, como la de no contener banda sonora, aunque también es verdad que no se echa en falta.

No ahonda en la trascendencia de sus personajes, se muestran basados en la negación o el conflicto permanente. Cuando Miguel quiere hablar el Roberto no quiere, y cuando por fin quiere tratar la situación donde se encuentran es Miguel quien se niega...

He de reconocer que me entretuvo, porque lo que tenía delante era algo parecido a la relación de un manolo y una maruja heteros, trasladada al mundo gay de los años 80.