Si ayudas a exterminar a los tuyos durarás unas semanas más.
Engáñalos, desnúdalos y guíalos hasta la cámara de gas haciéndoles creer que van a la ducha. Les mientes aconsejándoles que recuerden el número de percha donde dejó cada uno sus pertenencias; esto hará que equivocadamente intuyan una vuelta...
Y los ves con unas ojeras hasta el suelo, con más miedo que fuerzas en el cuerpo. Con una anatomía frágil y esquelética marchando a una habitación de la que jamás volverán a salir por sus propios pies. Padres e hijos, esposas y tíos. Todos en filas y en silencio impoluto. Y tú, sabes que en veinte minutos esas miradas ya no estarán. Sabes que la próxima vez que los vuelvas a tocar será para sacarlos a granel, amontonarlos en carretillas y quemarlos como si fuesen leña en chimenea. De ellos sólo quedará el polvo; el que tú llevarás en tu cara, en tu ropa...

Y el hombre le teme tanto a la muerte que acepta las condiciones. Da igual ser consciente de que empujará al vecino al final de su vida. Saber que él mismo también acabará convertido en polvo antes o después; da lo mismo que las semanas que le quede por vivir sean las más espantosas que se pueda imaginar. Es tan sencillo como necesitar amanecer un día más. Se trata de sentir que se está vivo aferrándose con uñas y dientes a una realidad, aunque esta sea creada por un puñado de lunáticos. El hombre prefiere vivir en el mismísimo infierno antes que morir. Y este infierno es el escenario de "La zona gris". Lamentablemente no es una película; es un trozo de historia. Una historia real que millones de personas sufrieron. Gente que nada tenía que ver con la guerra.

En sus primeros minutos el film navega perdido. Con grandes cosas que contar pero sin saber bien como. Lo hace de manera algo desorganizada. Como lo haría un hombre que pretende empezar un rompecabezas y no se decide por ningún rincón en especial.

"La zona gris" es más grande de lo que parece en su principio. Una película no imprescindible... pero sí recomendable.