Cero empatía: los personajes, víctimas todos, o casi todos, desfilan presentando sus traumas, generalmente ocasionados por factores externos a ellos. La densidad dramática se vive como una amalgama de casos clínicos, los protagonistas poseen espontaneidad pero el tono de cada relato se distancia demasiado de cada uno de ellos.

Lo que comenzó con un tufillo peligroso a sex-plotation (pelis de adolescentes "moralizantes" y morbosas por partida doble) poco a poco va derivando en un retrato modesto y contenido de malas experiencias vividas "de la boca para afuera". De hecho si los personajes no comentaran sus variados problemas el espectador no tendría forma de adivinar los fantasmas que los aquejan. Diálogos, entre relaciones cruzadas, la palabra en exceso desnuda la tendencia solapadamente didáctica de On the Doll. Ponernos de lado de los "sufrientes" parece caerse de maduro, pero ellos mismos figuran demasiado erráticos en el argumento.

Bifurcar tramas lleva al despiste, y en lugar de hacer foco en una situación dramática nos la pasamos saltando de una historia a la otra. No hay tiempo para la identificación y Mignone dispersa en vez de condensar. El resultado es un pastiche opaco de juventudes perdidas en la peli, no en la vida misma.