Suena a poco que una serie con esta producción solo cuente con extravagantes curiosidades para entretener al espectador, pero es lo que hay. Se trata básicamente de una intrincada lucha entre el bien y el mal, construida desde una mitología que al principio suena peculiar, pero poco a poco se va antojando arbitraria y gratuita.

Lo que más sorprende es su incapacidad crónica para encontrar el tono correcto. Siempre apela a transmitir fuerza dramática pero incluso en sus momentos de climax este se percibe frío, desangelado y grotesco. Por momentos es decididamente freaky, casi rozando el humor negro. También es mal augurio que funcione mejor cuando no se toma en serio a sí misma, mostrándose bizarra y curiosa. Deja patente que algo no cuadra con la intención general de la serie.

El guión podría resumirse como un desfile de intentos fallidos para que un mega demonio tome el control. Tiene a la protagonista como contraparte, que con su rollo personal de visiones y descubrimientos le arruina su festín malévolo. Cada bichejo invocado resulta más inútil que el anterior y resulta importante destacar la falta de pulso para poder plasmar en pantalla los enfrentamientos definitivos: el cgi y la acción humana no se llevan bien juntos, quedando en extremo impostados a la hora de integrarse...

Especial mención para los rituales (varios) donde la muchachada se contorsiona como si estuvieran sufriendo un ataque epiléptico. Más insólito resulta aún que estas escenas estén filmadas con total sobriedad, mientras corren chanchos prendidos fuego, en medio de ninfómanas salidas de los charcos. Aquí es donde Monstruos de Cracovia muestra su verdadera cara chapucera, dejando de lado su forzada seriedad.