Bienvenido el sentido de la fluidez narrativa dentro de un género ya tan manoseado. Quizás las actuaciones no son de lo mejor, ni el dinamismo en las secuencias de acción, pero hay una lógica precisa y acertada de la causa y efecto. Es justamente la que logra que Restraint se alze por sobre la media y nos termine entregando un producto con fisuras esperables, tal vez hasta premonitorias, pero con un sentido final ambiguo y lleno de sorpresas. Los perfiles son muy buenos, ninguno es conciso, todos albergan un margen de duda que por un lado hace prometer y por el otro parece esconder más de lo que realmente, intuyo, esconde la obra.
Porque hay dos o tres frases que buscan la reflexión del espectador, y no obstante sabemos que Juegos perversos tiene ese título por hacer de ellos el centro de la trama. Entonces asistimos a un retorcimiento paulatino de todo, retorcimiento por el retorcimiento mismo. Por suerte no se pasa de rosca.

Lo único que realmente me chirrió es la actitud del rehén: la agorafobia es una buena idea, de esa manera él no logra salir ni escapar de la casa, pero su postura resulta demasiado lanzada, demasiado corajuda y no me la creo del todo. Hay que tener en cuenta el sentido común frente a su precaria situación, y él no lo tiene. De esa manera cabe esperarse un final sorpresivo que en realidad apenas funciona como un nexo más ante tanto jueguillo perverso.

Y sin embargo, cuando todo se decanta, cuando las cartas están echadas la partida funciona. Quizás es lo que realmente vale.