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Argentina Argentina · mendoza
Voto de nahuelzonda:
8
Terror. Drama Prometedora opera prima que se centra en el universo de una niña encerrada en sus fantasías como defensa contra el mundo exterior. Combina con notable habilidad los planos real e imaginario, en un juego que consigue momentos realmente inquietantes. (FILMAFFINITY)
6 de febrero de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Celia es una rara joya.

Esta película de la directora australiana Ann Turner, cuenta la historia de los primeros encuentros de una niña con la pérdida, el dolor y la muerte. El pathos. Las primeras grandes conmociones. Lo irremediable que tiene la vida.

La película está ambientada en la Australia de la posguerra durante la "caza de brujas" comunista de la década de 1950. Muchos analistas de la obra de Turner consideran que el mundo en el que vive Celia refleja un microcosmos roto. Lo ven como una alegoría que señala cómo un sistema social dañado puede empujar a una niña a la iniquidad y a un comportamiento violento.

En verdad, no estoy muy de acuerdo con esta observación.

Considero que los niños están más próximos al “pathos” de lo que quisiéramos los adultos. A lo perturbador, a aquello que Hesse llamaba "el torbellino de la vida, el molino eternamente moledor de la muerte". “Pathos”, en este sentido, no es simplemente sufrimiento, sino una fuerza movilizadora y conmovedora que impulsa el flujo energético de la psique. La conexión etimológica con "commotio" refuerza la idea de una sacudida, una perturbación que activa y vitaliza en lugar de estancar.

Decir niños inocentes es un eufemismo de los adultos. Los niños son la prole de la noche. Más próximos al delirio dantesco de las pesadillas que a los libros de colores.

Celia es una obra en verdad valiente.

La infancia, a menudo romantizada como una época de inocencia, puerilidad ingenua y juegos, se convierte en un terreno fértil para el pathos cuando exploramos más allá de las apariencias.

En una de las primeras escenas, luego de escuchar un horripilante cuento de terror, Celia se mete en problemas y la obligan a escribir "No me portaré mal" repetidamente en una hoja de papel.
Sonriendo, con vileza y encanto, Celia escribe: “Me portaré mal” y luego completa descaradamente los “no”.
Los “no” son un remanente para la infancia. Un accesorio inútil. Ser niño es un peligroso decir “si”.

Celia no es una víctima de un entorno confuso y opresivo, no es un elemento inactivo e indolente. En su naturaleza dinámica, ella encarna la dualidad de fragilidad y resistencia, enfrentándose a terrores y desafíos que la despiertan, transformándola en protagonista de narrativas psicológicas intensas y, a menudo, perturbadoras y febriles.

Esta exploración profunda de la infancia que hace esta elogiable obra no solo destaca la vulnerabilidad, sino también la vitalidad inherente a la condición infantil, desentrañando las complejidades anímicas en un estado inicial de la existencia.

En Celia, la terrible infancia se manifiesta como una fuerza inquietante. Los niños, lejos de ser simples observadores, se convierten en actores dentro de una lógica incomprensible para el mundo adulto.

Celia y sus amigos serán —al mismo tiempo y en poliédricas combinaciones — esbirros, alguaciles, policías, ladrones, verdugos, sicarios, secuaces, asesinos.

Los niños representan la indiferencia creativa y alborotada de la infancia, envueltos en un manto de alegre maldad. Sin las ataduras de la lógica adulta, se aventuran hacia mundos surrealistas y enfrentan terrores que desafían la comprensión racional. Este actuar infantil ante lo temible no solo revela su vulnerabilidad, sino que también ilustra una resistencia intrínseca, una vitalidad que emana de la confrontación con todo aquello incurable e irremediable que tiene la vida.
nahuelzonda
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