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Voto de árbore:
10
7,2
4.814
Drama
Libremente inspirada en un episodio que marca el fin de la carrera del filósofo Friedrich Nietzsche. El 3 de enero de 1889, en la plaza Alberto de Turín, Nietzsche se lanzó llorando al cuello de un caballo agotado y maltratado por su cochero y, después, se desmayó. Desde entonces, dejó de escribir y se hundió en la locura y el mutismo. En una atmósfera preapocalíptica, se nos muestra la vida del cochero, su hija y el viejo caballo. (FILMAFFINITY) [+]
16 de febrero de 2012
22 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si el propio Béla Tarr afirma que la película nació en 1985, cuando László Krasznahorkai (responsable del guión) escribió un relato acerca de la anécdota entre Nietzsche y el caballo que abrazó después de contemplar el maltrato infligido por su cochero, negando por agotamiento el seguir andando, es lógico quedarse bloqueado a la hora de emitir un juicio mínimamente sensato tras terminar de ver The Turin Horse (¿necesitará la humanidad 20 años para entenderla?), película que intenta despejar la pregunta que planteó László en 1985; de Nietzsche sabemos que la resaca de ese episodio derivó en la pérdida del habla y la razón hasta el último de sus días, pero ¿y qué pasó con el caballo?
Y ahí empieza la película, con probablemente la secuencia más poderosa que haya visto en mi vida. todo el drama que cabe en el mundo contenido en un plano secuencia de cinco minutos sostenido por una banda sonora apocalíptica (Myhály Vig que estás en los cielos), una fotografía asoladora (Fred Kelemen santificado sea tu nombre), con las estereotipias afines a los animales vencidos por el horror (el balanceo de la cabeza, el rumiar estéril de las correas, el galope mortecino) y el viento, sí, el mismo que se lleva las palabras pero no los hechos, de ahí que azote con violencia inmisericorde durante las dos horas y media que dura la agonía de la humanidad.
A partir de ahí Béla Tarr y su mujer Ágnes Hranitzky destruyen en seis días lo que dios creó en ese mismo tiempo, y lo hacen sin azúcar y sin sal más allá del aderezo de las patatas, el recuerdo de la fertilidad de la tierra cuando la humanidad trataba con cariño el arado. Convirtiendo la cámara en un taladro que percute repetidamente las bases de la moral y la ética que deberían otorgarle a la humanidad los parámetros correctos para moverse con franqueza y honestidad por ese mundo que nos han regalado, y que, día a día, aniquilamos sin pararnos a pensar qué coño va a pasar cuando lo hayamos destruido. Y aquí recupero un texto de Nietzsche que leí ayer al meterme en cama de "Así habló Zaratustra": "si tuviéseis más fé en la vida, os abandonariais menos al momento. ¡pero no tenéis bastante valor interior para la espera ni tampoco para la pereza!". Nietzsche empatizó con un caballo porque no entendía cómo el ser humano, con todo el intelecto que se le presupone, no es capaz de entender la libertad de aquellos que le rodean, sean animales, como en este caso, o humanos como en el rudo comportamiento que el padre regala a su hija, al caballo, a los gitanos o así mismo, al fin y al cabo la violencia empleada en pelar, romper y devorar las patatas no es más que una proyección de la frustración del que se ha perdido en la ignorancia de su yo.
(sigo en spoiler por falta de espacio)
Y ahí empieza la película, con probablemente la secuencia más poderosa que haya visto en mi vida. todo el drama que cabe en el mundo contenido en un plano secuencia de cinco minutos sostenido por una banda sonora apocalíptica (Myhály Vig que estás en los cielos), una fotografía asoladora (Fred Kelemen santificado sea tu nombre), con las estereotipias afines a los animales vencidos por el horror (el balanceo de la cabeza, el rumiar estéril de las correas, el galope mortecino) y el viento, sí, el mismo que se lleva las palabras pero no los hechos, de ahí que azote con violencia inmisericorde durante las dos horas y media que dura la agonía de la humanidad.
A partir de ahí Béla Tarr y su mujer Ágnes Hranitzky destruyen en seis días lo que dios creó en ese mismo tiempo, y lo hacen sin azúcar y sin sal más allá del aderezo de las patatas, el recuerdo de la fertilidad de la tierra cuando la humanidad trataba con cariño el arado. Convirtiendo la cámara en un taladro que percute repetidamente las bases de la moral y la ética que deberían otorgarle a la humanidad los parámetros correctos para moverse con franqueza y honestidad por ese mundo que nos han regalado, y que, día a día, aniquilamos sin pararnos a pensar qué coño va a pasar cuando lo hayamos destruido. Y aquí recupero un texto de Nietzsche que leí ayer al meterme en cama de "Así habló Zaratustra": "si tuviéseis más fé en la vida, os abandonariais menos al momento. ¡pero no tenéis bastante valor interior para la espera ni tampoco para la pereza!". Nietzsche empatizó con un caballo porque no entendía cómo el ser humano, con todo el intelecto que se le presupone, no es capaz de entender la libertad de aquellos que le rodean, sean animales, como en este caso, o humanos como en el rudo comportamiento que el padre regala a su hija, al caballo, a los gitanos o así mismo, al fin y al cabo la violencia empleada en pelar, romper y devorar las patatas no es más que una proyección de la frustración del que se ha perdido en la ignorancia de su yo.
(sigo en spoiler por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Por esa falta de valentía interior los personajes se abandonan al momento, a la rutina, incapaces de asumir el destino que ellos mismos se han labrado. Un destino que el caballo asume desde el primer día, cuando las lágrimas que brotan de sus ojos anuncian el fin, el dejar de comer no es sino una muestra más de la avanzada concepción empírica que los animales tienen de la muerte, no tenemos que comer como asevera el padre a su hija en el sexto día, tenemos que morir, tenemos un largo camino por recorrer para aprender a morir.
Si lo que buscas son porqués últimos, nada como pararse detenidamente en el monólogo del vecino que entra en la casa a por licor. da igual la forma, el fondo siempre ha sido el mismo, la codicia fue, es y será siempre nuestro mayor enemigo. que esta película resulte tan “destroy” se debe a la dignidad o decencia empleadas a la hora de filmar, que a algunos nos llegue “ahí”, lejos de perpetuar clichés gafapastiles, se debe, digo yo, a la predisposición a ver y no a mirar, la diferencia está en la intención. Mirar es algo que se hace intencionadamente, mientras que “ver” es algo que sucede independientemente de nuestra voluntad. Podríamos aplicar lo mismo al escuchar y “oír”, de ahí que cuando en una película coinciden ambas percepciones te corras emocionalmente. Vuelvo a Nietzsche para cerrar: "la vida está echada a perder por tanta humanidad superflua" porque a ti no sé, pero a mi es lo que me dicen los ojos de este caballo turinés.
Si lo que buscas son porqués últimos, nada como pararse detenidamente en el monólogo del vecino que entra en la casa a por licor. da igual la forma, el fondo siempre ha sido el mismo, la codicia fue, es y será siempre nuestro mayor enemigo. que esta película resulte tan “destroy” se debe a la dignidad o decencia empleadas a la hora de filmar, que a algunos nos llegue “ahí”, lejos de perpetuar clichés gafapastiles, se debe, digo yo, a la predisposición a ver y no a mirar, la diferencia está en la intención. Mirar es algo que se hace intencionadamente, mientras que “ver” es algo que sucede independientemente de nuestra voluntad. Podríamos aplicar lo mismo al escuchar y “oír”, de ahí que cuando en una película coinciden ambas percepciones te corras emocionalmente. Vuelvo a Nietzsche para cerrar: "la vida está echada a perder por tanta humanidad superflua" porque a ti no sé, pero a mi es lo que me dicen los ojos de este caballo turinés.