Una pareja aparentemente feliz compra una casa, se muda a una casa, intenta vivir en esa casa, habitarla, hacerla suya. Ambos profesionales, educados, civilizados.
Los vecinos de un lado están bien, otra pareja con hija pequeña, vida estable, carro en el garaje. Gente agradable, aparentemente civilizada con la que establecen vínculos, abren puertas.
De otro lado, en cambio, vive King y una constelación de personajes bizarros que en torno a él pululan. King es la otredad, la sombra, el lado oscuro, lo atávico y bárbaro y extraño y siniestro. Pero también lo desvalido, lo inofensivo, lo innombrable, la angustia, la amenaza y la piedra de toque contra la que se va a enfrentar la profesionalidad y educación y civilización que pretende para sí la pareja protagonista.
Con estos ingredientes el plato está servido. De un lado los adalides de la civilización, la ley, el orden. Del otro la barbarie, lo atávico, lo enfermo. La tensión irá en aumento, el campo de batalla listo, correrá sangre. Pero en esta película de Rolf de Heer la cuestión no es quién vive o quién muere, la pregunta es cómo hacemos para vivir juntos, cómo convivimos junto al otro que no es como nosotros, como mediamos con lo diferente, la otredad.