La fuerza de “La noche y la ciudad” está en la interpretación de Robert de Niro. La composición del genial actor, de un abogado de poca monta, siempre metido en líos, es muy vistosa. Al final, Harry Fabian resulta ser un canalla entrañable. Sobreactuado o no, la velocidad con que lleva a cabo sus diálogos, con su peculiar estilo, está al alacance de pocos. De Niro es único.

Le acompaña Jessica Lange, una madura muy atractiva, con la que hay bastante feeling.
Sin tener ni idea de boxeo, Harry se mete a promotor, comprometiendo deudas con todo aquel que está tan loco para prestarle. La velada de boxeo supone un punto de inflexión, una redención con la que dejar atrás, al menos temporalmente, su complicada existencia, y de paso, cómo no, hacer negocio.

Técnicamente no es ningún prodigio, pero cumple su cometido. Es evidente que no aguanta la comparación de “Noche en la ciudad”, de Dassin, pero tampoco lo pretende. La puesta en escena, rápida y efectiva, está servicio de los personajes, sin adornos ni efectismos. El ritmo, en consonancia con el protagonista, no permite el aburrimiento, de manera que se hace entretenida. Algo blandita, con un poco más de músculo narrativo y vigor en su propuesta, podría haber logrado un resultado más apetecible.
En definitiva, estamos ante un cine sin grandes pretensiones, para el lucimiento de un Robert de Niro más que consolidado, que rinde un bonito a homenaje a Jules Dassin, hecha para y por el entretenimiento.