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España España · Barcelona
Voto de polvidal:
5
Drama Verano de 1943. En un lugar de la Francia ocupada, no lejos de la frontera española, vive retirado un viejo y famoso escultor que se siente hastiado de la vida y de la locura de los hombres. Ya nada es capaz de animarle, de servirle de estímulo. Sin embargo, con la llegada de Mercé, una joven española que se ha fugado de un campo de refugiados y que le servirá de musa, renace en él el deseo de volver a trabajar y esculpir su última obra. (FILMAFFINITY) [+]
29 de septiembre de 2012
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fernando Trueba dedica la película a dos recientes pérdidas, la de su hermano Máximo, escultor, y la de un buen amigo y técnico de sonido. El artista y la modelo parece sin duda creada para rendirles homenaje, al primero poniendo a un maestro labrador como protagonista y, al segundo, renunciando por completo a la banda sonora en favor del sonido ambiente. La cinta es pura belleza, puro arte, pura delicadeza, pero también, aunque cueste reconocerlo, un puro sopor.

Últimamente parece que para rendir tributos al pasado o para demostrar una mayor sensibilidad haya que renunciar a los avances cinematográficos. Se da por hecho que el blanco y negro favorece la recreación histórica y le imprime a la película una estética más intelectual. Se prescinden de los elementos artificiosos, como el sonido o la banda sonora, para rescatar experiencias fílmicas olvidadas. Pero a menudo lo que más se persigue es el aplauso de la crítica, más que el beneplácito del espectador.

Es probable que deba tragarme mis propias palabras cuando este fin de semana me deje embriagar por la Blancanieves de Pablo Berger. The artist, sin ir más lejos, supuso un original soplo de aire fresco para una industria con pocas ideas en stock. Pero ambas han viajado hacia atrás con la mirada siempre puesta en el futuro. Sus propuestas, arriesgadas, han convertido el pasado en novedad. El artista y la modelo, en cambio, ofrece una mirada melancólica, una admiración por lo pretérito que parece renegar del cine y el público actuales.

Los esfuerzos de Trueba por plasmar la perfección estilística se convierten en trabas para el espectador. ¿Por qué la ausencia del color? ¿Por qué el silencio? ¿Por qué en francés? Si tales decisiones artísticas jugaran a favor de un relato crítico, o reflexivo, o emotivo, o las tres cosas a la vez, se entendería una puesta en escena tan sobria. Pero la pesadez de unas escenas flemáticas y reiterativas no se ve recompensada por una historia para el recuerdo.

La relación entre un viejo escultor, afincado con su vida bohemia en un lugar del sur del Francia, con una joven campesina española huyendo de la guerra y sin ningún conocimiento artístico podría servir como argumento para veinte películas. Discusiones intergeneracionales, sobre el sentido del arte, sobre la creación de una obra, sobre la belleza. La propia amistad entre el artista arisco y la chica inocente podría causar más de un erizamiento epidérmico. Pero la contención, de gestos y de palabras, también impera en los personajes, con los que tampoco resulta fácil empatizar.

De esta forma, El artista y la modelo se convierte en ese tipo de filmes que nacen para recibir la ovación de los entendidos. Es indudable que se trata de un ejercicio fílmico impecable, bello, meticulosamente academicista. Pero más allá de la eufórica reacción en prestigiosos festivales de cine, conviene saber la acogida del público llano, ese al que no le da miedo expresar sacrilegios. Y el silencio, el más profundo y soñoliento silencio, es lo que imperó en una sala no tan comercial de Barcelona con una película en busca del culto por la vía sedante.
polvidal
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