Si algo sobresale en "Líbero", algo que deja huella en la retina sobre otras consideraciones buenas pero que no llegarán a impregnar pasado el tiempo, es una imagen que tampoco es nueva en el cine, es el rostro desencajado del niño protagonista, Tommaso, frente al violento despertar de la madurez ante una familia que se resquebraja. Tommaso recibe aquí sus cuatrocientos golpes, su ración de veracidad dramática y el espectador se tambalea, recibe también las idas y venidas en esta poderosa función trágica de la vida cotidiana. Kim Rossi Stuart ha podido aprender de los maestros con los que ha trabajado como actor en su debut en la realización, influencias, porqué no, de Antonioni o Amelio, allí es nada. Pero "Libero" es un ente por sí mismo, un cuerpo magullado que no obstante reparte a lo largo de su metraje ciertas puertas abiertas para no asfixiar al espectador. Tommaso sufre pero al mismo tiempo se enamora, descubre que su lugar está en su familia y no en la de su amigo rico, desafía al vértigo en la azotea de un edificio contiguo al de su vivienda como metáfora perfecta de su lugar en el mundo. "Líbero" termina siendo la aceptación de su personalidad, unida a la de su lastimado padre, aunque Tommaso quiere ser centrocampista, su padre lo ve como líbero y él quiere agradarlo. El film de Rossi es una fábrica de nudos en la garganta, avisados quedan.