Mientras los cerebros vacíos se dedican a regalar puntos como caramelos a cualquier basura con tiros, zombis y demás porquerías, los que de verdad amamos el cine, y sabemos que además de un entretenimiento es un vehículo de placer, gozamos como degenerados con esta maravilla que reúne a dos monstruos. Todo es perfecto: el relato, la sinceridad, la emoción, el montaje de archivo, el intercalado de escenas de películas (de modo que Ingmar por momentos es Ingmar, por momentos es Max Von Sidow, por momentos Earl Johanson, íconos también de la filmografía del más grande entre los grandes). Y todo en la voz y la emoción de Liv, su Stradivarius.