La idea es muy buena, pues permite situaciones muy interesantes. A partir de esa idea se ha desarrollado un auténtico guión cinematográfico y el director ha sabido escoger las imágenes y juntarlas para darle todo el dramatismo a la historia, pero sin sensibilerías. Dispone de buenos actores que eso ayuda mucho a creer en las situaciones extrañas, y al límite, que vive la protagonista, Anna. Es una de esas historias que uno sabe que no le ha pasado a él mismo, pero está contada de tal forma que te identificas con el personaje y crees que todo te está pasando a ti, y quieres evitarlo. En algunos casos te hace llorar, pero eso ya depende de tu sensibilidad. Pero no puedes evitarlo, porque sabes que es una historia real y así ocurrió, y ocurrirá miles de veces en cualquier lugar del mundo. Cuando hay amor es muy difícil que las relaciones entre los seres humanos fracasen, y en especial entre padres, madres, hijos e hijas: en la familia. Pero el orgullo, en el sentido de soberbia, de yo tengo la razón, es capaz de provocar auténticas tragedias. Es conveniente comparar la respuesta del padre de Anna y la de la madre de Shimi, entre el orgullo y la humildad. Sin que me meta en el spoiler de la película, el cuadro que Anna pinta es una clave a tener en cuenta.