Película que se desarrolla en el extremo sur de Chile, principalmente en una pequeña isla a la que se accede en un ferry, una zona rural donde la naturaleza envuelve a la escasa población. Sigue a un puñado de personajes de la zona, interpretados por un elenco con poca o nula experiencia cinematográfica, su andar por los paisajes del poblado es silencioso y monótono.

Este es el primer largometraje de ficción de Torres Leiva, que tenía en su haber varios cortos entre ficción y documental, e incluso un largometraje documental. Referencias que se ven reflejadas en El cielo, la tierra y la lluvia, porque esta es una obra con cierto sentido documental, este carácter le da al filme una visión de cine antropológico.

No es solo el guion -realizado por el propio director- y como se construye la historia, con una trama mínima y escasísimos diálogos, donde parece no ocurrir “nada” de acuerdo con las ideas generales establecidas en el cine. Sino también es su dirección, la cámara sigue como testigo silencioso a las actrices mientras caminan por parajes rurales, para ellas es el medio de movilizarse, junto con el ferry que una y otra vez va y viene.

Torres Leiva le da un enorme énfasis a la naturaleza, no solo por el hecho del lugar donde se desarrolla la obra, sino porque hay un interés por mostrar el ambiente que rodea a este poblado, arboles, arbustos, el mar, montañas, carreteras rurales casi como trillos. Pero, además, el sonido del ambiente es vital, el viento, la lluvia, truenos, las olas del mar, todos estos elementos abrazan a los personajes, ¿los agobian?

La película se llena de tonos grisáceos, opacos, fiel reflejo de la vida de los personajes del filme, que es también parte de lo que el realizador quiere presentar: monotonía, problemas laborales, un desapego emocional, incluso hasta desesperanzador, es en esta parte de la película donde entra la parte ficcional de la trama, la desventura en sus historias mínimas.