En este largometraje Herzog propone la lucha -que pareciera interminable en todo el orbe- entre las culturas autóctonas y las potencias colonizadoras, entre la tradición y costumbre milenaria frente a la “civilización” y la globalización. Ambienta la propuesta en Australia, donde un grupo de indígenas se opone a la explotación minera que una empresa busca realizar en territorios que les son sagrados.

Con su particular mirada, el realizador muniqués esboza una obra que en muchos tramos pareciera ser un sueño surrealista, personajes en un contexto que no les es propio, y que por tanto, no se sienten cómodos. Tanto de estos rubios australianos que se rigen bajo legislación británica en el desierto, como de los aborígenes con su piel oscura y rasgos faciales fortísimos en la ciudad.

Este largometraje presenta una tendencia claramente de denuncia, sobre conflictos que lamentablemente parecieran estar perdidos. El juicio que desarrolla es una de las mejores secuencias, llena de humor negro, de irreverencia, de verdades denunciadas aunque el filme se trate de una ficción, algunas partes están parcialmente basadas en un hecho real que aconteció en este país.

Esta forma de presentar la denuncia le es muy obvia a Herzog, por lo cual actualmente le resulta, sin embargo, esto lejos de demeritar su trabajo lo eleva a otro nivel, puesto como he dicho estas son luchas que aún continúan hoy en día.