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España España · Aranda
Voto de Larrory:
6
Drama Año 1952. Un mítico guerrillero, conocido como "El Andarín", baja a la verbena. Una niñita le mira con sus grandes ojos. Unos años más tarde aquella niña se convierte en una hermosa mujer, Amparo, enamorada del noble "maquis". Pero el Andarín es ya un ser señalado por el destino como perdedor. Refugiado en lo más intrincado de un hermoso bosque, se ha convertido en una fiera acosada. Amparo ve con alegría la vuelta al hogar -tras varios ... [+]
24 de febrero de 2017
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película tiene todas las pintas de poema cinematográfico. A ese propósito intentaré un somero parangón entre poema literario y poema propio del septimo arte.

En primer lugar tendríamos las poesías de corte clásico que, no ofreciendo mayores dificultades de interpretación, son directamente accesibles al entendimiento pero que se distinguen de la prosa por la ingeniosidad y brillantez de sus imágenes y metáforas, por la penetrante belleza y agudeza con las que expresan sentimientos e ideas.
Un representante fílmico sería La noche del cazador, la milagrosa y única película dirigida por Charles Laughton.

En segundo término estarían los poemas cerebrales, aquellos que no podemos limitarnos a leer, sino que es necesario estudiar, v.g. las Soledades de Góngora: quienes no se dejen arredrar por la dificultad de desentrañar sus reconditeces hallarán la recompensa de descubrir un preciosista ensamblaje de alta relojería literaria.
Digno equivalente se me antoja el Mulholland Drive de David Lynch, que también necesita clave de acceso para su cabal intelección.

Y por fin hallaríamos los poemas que, más que belleza, pretenden crear asombro mediante la mera sonoridad de las voces y el entrechoque de imágenes dispares, donde no conviene buscarle cinco pies al gato, sino dejarse arrastrar por el arrullo del traqueteo verbal.
De traqueteo visual se trata con El corazón del bosque. Su hilo narrativo involucra a los útimos combatientes republicanos durante la posguerra en un esbozo de variación sobre el tema del traidor y del héroe, pretexto para adentrarnos en un mundo onírico en el cual impera la ilógica lógica de los sueños.
Tenemos a un tío que se pasa días arrastrándose por el barro en un bosque frondoso y lluvioso, sin acatarrarse y siempre perfectamente afeitado, bosque ciertamente encantado ya que es teatro de acontecimientos la mar de raros. Nuestro errabundo héroe se topa por ejemplo con un fiambre caido de la Carreta de la Muerte, que de seguida resucita para entablar animada charla con él.
Y luego está el Andarín, suerte de gigante saltarín cuyo rostro está supuestamente carcomido por una enfermedad entre leprosa y escamosa, pero que cuando se nos aparece presenta una cara lustrosa y, aunque con bigote, bien rasurada también. Y todo por el estilo.

Intuyo que es película susceptible de encandilar a un selecto grupo de aficionados. A mí no es que la razón de su sinrazón me haya dejado insensible, pero no lo puedo remediar: prefiero el Lorca de La casada infiel al del Cementerio judío.
Larrory
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