Viendo Ama, uno piensa en los Dardenne, en cierto cine social de los 90 o en los tour de force, de autoría casi siempre europea, que cuentan la agonía de los más desfavorecidos. Tamara Casellas llena la pantalla, eclipsa todo el metraje con sus bandazos, corredizas y funambulismos. Con la protagonista sin techo, sin trabajo, sin lugares a los que acudir y sin personas a las que apelar, y encima con su hija pequeña a cuestas, es fácil intuir que el camino de Ama va directo al precipicio. La tensión anterior a la caída se sufre gracias a un estilo directo, impúdico, siempre creíble. Y cuando el golpe es tan inevitable que ya puede sentirse en carne propia, la película cae de pie, indemne, íntegra. Un filme que podría definirse como un insondable vacío (re)llenado con momentos que no significan nada y que a la vez lo encierran todo: la precariedad laboral, el engaño del turismo, el yugo clasista y capitalista, la drogadicción y todas sus causas y consecuencias. El malvivir que sobrevive como puede. Película ya vista, pero igualmente urgente y nueva. Habrá que tenerla muy en cuenta de cara a la próxima temporada de premios.

@CinoscaRarities
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