No era que se necesitase platica, ni grandes actores, ni fotografía de cine. Sí eñor, lo que pedía la vida de Pablo Emilio era una telenovela colombiana. ¿Cómo así? Sí, claro que sí, una bien verraca como esta, con un montaje disparatado, unas interpretaciones surrealistas y su buena música de tragaperras.
Porque con su retórica trastabillada y sus dichos de parceros, precursores del más exquisito mamigüevo, logra hipnotizarte, a pesar de algunos episodios interminables, es verdad, que tratan de sensibilizar innecesariamente mediante la trágica realidad de los hechos.
Tropecientos capítulos, como se demanda de estos seriales, donde se mezclan alocadamente el humor y el drama y que dejan personajes memorables como el Mariachi, el Marino, la Mireyita o el Chili.
Las escenas de acción son de traca, las entradas de imágenes reales son a capón y los personajes secundarios no tienen final, salvo que los maten en algún episodio. A veces hay que tirar de subtítulos y entoes cuando señalan [música de acción] es inevitable partirse de risa. Pero no nos engañemos, esta era una vuelta necesaria y seria; y la prefiero mil veces antes, con sus cómicas interpretaciones, que la pretenciosa Narcos con sus elogiadísimas interpretaciones de método.
Hágale pues