Lo siento pero no nos acostumbramos a ver ambientado un western con chopos otoñales, barbechos, rastrojos, galeras castellanas, caballos andaluces o cortijos en lugar de ranchos. Solo faltaba jugar al póker con oros, copas, espadas y bastos. Y eso que no faltan cintas de vaqueros rodadas en entornos más raros que este que ubicamos en la Ciudad Encantada de Cuenca.
Luego desanima mucho la desganada dirección, la mala interpretación de los actores (John, Morán aparte) y sobre todo de las actrices, el ritmo premioso y lento, hasta el vestuario encontramos un poco rebuscado. En fin, toda una sucesión de venganzas, cobardías, celos, traiciones y chantajes, a menudo desarrollada en ambientes nocturnos.
Y eso que el guión no parece malo, con sus toques de cine negro y su juicio. Y cuenta, para nosotros lo mejor con diferencia, con la música del corrido mejicano que da nombre a la película magistralmente interpretado en una escena de saloon. "Por una botella de whisky canto mi propio entierro" dice el borrachín que lo canta bajo amenazas.
La historia del western cuenta con magníficas secuencias subrayadas con canciones mejicanas. Esta es una de ellas y arranca con estos versos:
"Sonaron cuatro balazos
A las dos de la mañana
Lo fui a matar en tus brazos
Sabía que allí lo encontraba
No creas que alguien me lo dijo
Me dio la corazonada".