Cuatrocientos metros, cuatrocientos golpes, cuatrocientas apuestas. Dos disparos secos, cae un jinete.
Corren esa distancia el Moro de Bastián con el Alazán de Calixto que muere cuando está a punto de alcanzar la meta.
Estamos en 1952 en la Argentina profunda y la tradición dicta que el primogénito, el joven Cali (Ayala), vengue la muerte traidora del padre para evitar que su alma vague en pena.
La bruja de la abuela así lo exige entre trago y trago, "Eso no se arregla con rezos, esto solo se arregla a lo macho".
Y como alma en pena vaga Cali buscando al asesino por aquellos parajes. Suerte que, herido de bala, se encuentra a un viejo capataz, D. Chusco (Guarany, el propio autor de la novela en la que se basa la cinta), un hombre bueno que lo adopta con cariño, "Yo nunca tuve un hijo, ni casi lo fui". Y también el amor ...
Pero ahí está la sangre gritando venganza.
Un western gauchesco, violento. Una tragedia griega trasladada a la Pampa, un drama sin contemplaciones, un Hamlet a la argentina.
Extraño colorido, brillante la fotografía y la ambientación. Largos silencios que alternan con frases casi ininteligibles para oídos hispanos. Excelentes interpretaciones, sobre todo Guarany que actúa y hace asimismo de narrador.
En el debe una vez más la excesiva subordinación al texto de la novela que resta agilidad al relato cinematográfico. Demasiados personajes tal vez, alguno de los cuales queda a medio desarrollar sin ofrecer pista alguna que permita justificar luego el desenlace.
En cualquier caso una buena película, impactante, recomendable.