Otro western de predicadores fanatizados. Trajes negros y camisa blanca con cuello alzado, ellos; luto completo ellas y al servicio las más jóvenes del predicador que dirige el cotarro.
Desde hace unos años se viene ensayando el western de iglesias de palomas y de palomos polígamos. Todos generalmente muy hemorrágicos.
Aquí se presenta una entrega más con la banda del malvado Royce (James) que forma con su novia y dos botarates. En su busca va un enigmático marshall, Quincy (Conway), acompañado de Carson (Motley). Los dos únicos personajes con algo de interés. Tampoco mucho.
Tras una serie de aventuras bastante chuscas llegan todos al rancho-comuna de los fanáticos religiosos desencadenando la correspondiente orgía de sangre, descuartizamientos incluidos en esta ocasión. "Gracias a que los pecadores no pueden encontrarnos, podemos dedicarnos a rezar al Señor". Amén.
Historia manida con un guion muy embarullado donde aparecen y desaparecen sin más otros grupos perseguidores. Realización que se recrea en el morbo sin venir a cuento.
Aunque lo peor son los diálogos, un vocabulario actual que incluye una jerga ridícula de tacos y de frases hechas que puede escucharse hoy a cualquier pandillero.
Cinta floja que no recomendamos.