Siete años, cinco temporadas y cuarenta y un capítulos de menos treinta minutos cada uno, han servido para explicarnos las aventuras y desventuras de dos guionistas ingleses en su salto al mundo televisivo americano, y la experiencia no ha podido ser más satisfactoria dejándonos una de las mejores comedias del siglo veintiuno.

Pero no vamos a mentiros, el auténtico protagonista de la serie ha sido Matt LeBlanc por partida doble, quien haciendo de él mismo, ha sabido explotar y reírse de su mítico Joey de "Friends" con un personaje pasota, prepotente a la par que simpático y entrañable, que le sirvió para ganar el premio a mejor actor en una serie cómica de los Globos de Oro dos mil doce.

Dejando de lado las magníficas actuaciones, tanto de los protagonistas como de un largo número de variopintos secundarios, su mayor virtud es un guión ingenioso cargado de ironía, coherencia y por momentos casi telenovelesco, que nos ha implicado y enganchado de forma sorprendente a las vivencias personales y profesionales de sus personajes.

Con breves temporadas, buenas o mejores, pero ninguna mala, cada una de ellas nos ha dejado con ganas de más risas, que siempre conseguían sin atentar a nuestra inteligencia, culminando con un final perfecto de una serie que rememoraremos entera en breve.

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