Will (James Franco) es un investigador que busca una cura para el Mal de Alzheimer, en gran medida porque su padre lo padece, pero sus investigaciones cesan a la fuerza cuando una chimpancé en la que experimenta tiene un arrebato agresivo atribuido, erróneamente, a ese medicamento experimental: en realidad defendía a su cría recién nacida, cuya existencia se ignoraba. Cuando el director del hospital ordena acabar con los chimpancés en los que se ha experimentado, Will salva la vida de esa cría llevándola a vivir con él y con su padre. César, como es llamado el pequeño chimpancé, vive en ese hogar como un miembro más de la familia; no obstante, sigue siendo un chimpancé, con su propia memoria genética de lo lícito y lo ilícito, y cuando defienda al padre de Will de una agresión bastante ruin y prepotente, es separado a la fuerza por considerárselo violento, y enviado a un hogar para primates. Allí será donde experimente la brutalidad humana en toda su dimensión.

Obviamente sabemos más o menos cómo termina la historia, porque si hubo un "origen del planeta de los simios" es porque, como en cumplimiento de la profecía que asegura que los mansos heredarán la tierra, en el celuloide el planeta pasó a ser de los simios. Y francamente... Me alegró mucho, me alegró asistir, al menos en la ficción, al inicio de la ruina de nuestra prepotente especie, de que el César llegara a reclamar lo que corresponde a todos nuestros hermanos animales: respeto, dignidad, justicia también para ellos. Así que le perdono a la película algunas exageraciones que se toma y le asigno el máximo puntaje. Además, francamente, después de ver en la pantalla rotundas estupideces dignas de dibujos animados chistosos, como el Batimóvil saltando de techo en techo en BATMAN INICIA o el celular sonando en el interior del estómago del tiranosaurio en JURASSIC PARK 3, casi cualquier otra cosa, por absurda que sea, parece perfectamente normal. He dicho.