Cuando una película triunfa tiene, casi siempre, consecuencias. Una de ellas es que hay que repetir el esquema hasta la saciedad, hasta que se agote. En esta ocasión, la repetición del esquema consiste en la compra sistemática de los libros de Nicholas Sparks para adaptarlos al cine. Sparks es a la novela romántica lo que Stephen King es a la fantástica o John LeCarré a la novela policiaca. Es el adalid de ese género y desde el éxito de “El diario de Noah” raro es el año en el que no nos llega un adaptación de un libro suyo.
Sus libros se caracterizan por ser bastante empalagosos y lacrimógemos, no nos vamos a engañar, en los que el amor se debe imponer a todas las dificultades imaginables: a la enfermedad, a los conflictos armados, a los problemas psicológicos… lo que pasa es que en esta ocasión a lo mejor se le va un poco la mano. Una mujer buscada por la policía por asesinato se esconde en un pueblo donde conoce a un joven viudo padre de dos hijos. En ellos surgirá, no podía ser de otra forma, la llama del amor y tendrán que vérselas con todo tipo de infortunios. Aquí aparecen los malos tratos, la personalidad obsesiva, la pérdida de un ser querido, el hijo que no sabe dar salida a su dolor por la pérdida de su madre, la huida de la justicia, algunos elementos paranormales*… todo ello filmado con la eficiencia de alguien como Lasse Hallström que consigue un giro argumental a mitad del metraje que, aunque no es sorprendente, al menos lo intenta**.
La pareja protagonista pues cumple su cometido con bastante oficio. Supongo yo que será más fácil enamorarse de un viudo si ese tiene la planta de Josh Duhamel y Julianne Hough está mejor que “Rock Of Ages” que tampoco era muy difícil. Cobie Smulders siempre es un regalo.