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España España · Shangri-la. Andalucía
Voto de Maggie Smee:
4
Romance Historia de amor entre un fotógrafo que está perdiendo la vista y una joven un poco desconectada de la sociedad qué trabaja narrando películas para ciegos. (FILMAFFINITY)
18 de noviembre de 2017
8 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Marin Karmitz, procedente de Rumanía pero francés, al fin y al cabo, es el artífice de MK2. Recuerdo que le conocí, hace tiempo, cuando Kieslowski presentaba su último film, “Tres colores: Rojo”. Ambos tipos eran muy inteligentes, y mientras Kieslowski hacía alarde de una sinceridad aplastante como creador, Karmitz, no perdía detalle de nada. Excelente observador, prudente, con gran formación y, evidentemente, con buen ojo para sus inversiones. MK2, con el tiempo, es ya una productora y distribuidora francesa que se ha hecho grande. Tavernier, Godard, Resnais, Chabrol, Malle…, por ejemplo, fueron producidos por MK2. Incluso su brillante lista incluye otros directores más “exóticos” como Yilmaz Güney, Kieslowski, Kiarostami, Haneke o Arturo Ripstein. Todo un lujo. Incluso tienen su red de salas en Francia y acuerdos con más salas, no solamente europeas, para su exhibición, además contar con otros productos, como DVD y libros. Todo un ejemplo de negocio con distinción.

Teniendo en cuenta lo dicho, no deja de llamarme la atención que haya decidido involucrarse en este film dirigido por Naomi Kawase. Porque “Hacia la luz” parte de una buena idea, un argumento muy atrayente para no sólo los cinéfilos, si no para algún que otro director, sin duda, y sobre todo porque el tema no ha sido muy explotado en el cine: el ser narrador de películas para ciegos. El problema es que tras su interesante arranque, la película se va desinflando. Su historia central en ningún momento adquiere fuerza, y las historias paralelas, como la de la madre de la protagonista, no aportan nada a la narración, que se escuda en la música y la fotografía. Pero tampoco se ha sabido construir el armazón apropiado para ello.

La fotografía de Arata Dodo está plagada de bonitas tonalidades de atardeceres, hay un elevado número de hecho, pero intenta emular sin éxito a Emmanuel Lubezki. Hasta fugazmente se le cuela la sombra de la cámara, por querer estar casi encima de sus actores y recoger esa luz melancólica, casi de forma obsesiva. La música de Ibrahim Maalouf irremediablemente parece que pertenece a sobre todo a Brian Crain o a composiciones de Nyman o Ludovico Einaudi, pero también se pierde, quizás por un exceso de preciosismo donde no hay precisión ni tampoco inspiración que haya provocado el film.

Ayame Misaki, como la joven protagonista, está mona y en algunas escenas parece que puede con el cometido, pero se queda finalmente atrás, quizás porque su directora confió más en su belleza que en sus posibilidades dramáticas. Masatoshi Nagase, como el resto del reparto logran salir adelante pero sin tampoco llegar a brillar, aún a pesar del bonito envoltorio.

Hay ciertos diálogos que parecen más salidos de una publicidad con medios que de una película, lo que culmina sus pretensiones. Y es una lástima, porque podía haber salido mucho mejor, pero su directora se ha perdido en una plasticidad gratuita. Quizás por su tono relajado o ciertos factores podían haberme impulsado a recomendarla, pero no puedo hacerlo, ya que se me hacía larga en algunos momentos y me ha aburrido, que es lo peor que me puede ocurrir viendo un film, por muy cuidado que quiera estar y por más benevolencia que le quiera yo poner.

Por ejemplo, aunque “Una pastelería en Tokio” podía pecar de cierto efectismo, al menos, su historia estaba bien construida y podía resultar emotiva. Pero aquí, insistimos, ese exceso de sentimentalismo, para suplir sus defectos, no le han bastado como para resultar una película romántica, y sobre todo, que tenga vida. Demasiado muermo es el que finalmente deja como sabor.
Maggie Smee
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