Hay directores que tienen una chispa que directamente traspasa la pantalla, todas sus obras serán siempre recordadas no por lo espectacular de sus efectos especiales, ni siquiera por los increibles argumentos, más bien serán recordadas por la sinceridad de sus producciones. Porque existen realmente directores que hacen lo mismo que otros pero de una manera que aparece natural, como si viniera la cosa de serie. Son pocos los directores que consiguen esta cualidad, que las escenas vengan solas, que las tomas, por muy extrañas que sean aparezcan porque la película sea la que lo pida y no porque el director lo pida sin más. Balagueró no es una excepción, y a mi su sinceridad no me llega a través de la pantalla, más bien todo lo contrario.

Porque lo primero que pienso al ver el corto, al ver una imagen de Jesucristo ensangrentado con la menstruación de una muchacha, es que Balagueró tiene ganas de hacerse notar sea como sea. Y no es el problema esa escena en concreto, simplemente esa es la primera en la que sucede, el resto ya viene de la mano a partir de que el espectador ve que hay algo raro en todo esto, una falta de sinceridad enorme, un "quiero ser raro y me encantaría ser como Elias Merhige".

Quizá lo único que suceda es que el surrealismo de Balagueró para mi ha tenido una interpretación personal demasiado negativa, y el hecho de que prefiera hasta el cine experimental de Vladimir Todorovic antes que este pseudo producto de un director que se pone de moda y todos se dedican a mirar sus obras (pasdas y futuras) con diferentes ojos dice mucho de ello.

Por lo menos el corto da de qué hablar, cosa que otros ni por asomo, pero Balagueró no termina de ser santo de mi devoción. Quizá algun día aplauda el cine de Balagueró, pero ese día será solo cuando me crea lo que estoy viendo en pantalla.