Brainstorm es una película interesante, sí, catalogable dentro de ese género de ciencia ficción que transcurre entre los laboratorios donde algo se gesta. Es más ciencia que ficción, a pesar de lo inverosímil de la propuesta de Douglas Trumbull, y es sin duda ello la piedra angular que determina si la película te gustará o no.

A mí particularmente no es un género que me apasione, no es la ciencia ficción que más me interesa ni nada por el estilo, pero Brainstorm consigue captar el interés sobre todo durante sus primeros minutos. De hecho, es la primera parte la única que me gustó, ya que después todo se vuelve algo más típico y rebuscado. Aparecen en escena intereses militares y las revistas escenitas de científicos montando en cólera porque su proyecto va a dejar de ser utilizado tal y como ellos pensaron.

Christopher Walken es un actor de los que ayudan a mantener el interés. Natalie Wood se convierte en una buena acompañante, pero nunca alcanza los niveles del actor masculino principal. Los cambios de cámaras para mostrarnos la realidad que viven los personajes son un complemento idóneo para entender el potencial del invento de Douglas Trumbull, un aparato que permite sentir todo aquello que ha sentido otra persona como si introdujéramos una cinta en un dispositivo conectado a nuestro cerebro.

A Brainstorm le falta algo más de precisión, de marcar más claramente al antagonista y al problema en general en lugar de abarcar una serie de especulaciones. El final en concreto no me gustó casi nada, bastante precipitado con respecto al buen ritmo de toda la película. En definitiva, me resultó interesante mientras se experimentaba, pero cuando se tornó más a una toma de poderes y jerarquías con intereses enfrentados pecó de típica.